De cómo la regla externa se vuelve íntima convicción: Nietzsche, Elias


Consideremos los siguientes pasaje de Más allá del bien y del mal (V, 188, t. A. Sánchez Pascual):

Lo esencial e inestimable en toda moral consiste en que es una coacción prolongada: para comprender el estoicismo o Port-Royal o el puritanismo recuérdese bajo que coacción ha adquirido toda lengua hasta ahora vigor y libertad —, bajo la coacción métrica, bajo la tiranía de la rima y del ritmo ⁅…⁆.

Examínese toda moral en este aspecto: la «naturaleza» que hay en ella es lo que enseña a odiar el laisser aller, la libertad excesiva, y la que implante la necesidad de horizontes limitados, de tareas próximas, —lo que enseña el estrechamiento de la perspectiva y por lo tanto, en cierto sentido, la estupidez como condición de vida y crecimiento. «Tú debes obedecer, a quien sea, y durante largo tiempo: de lo contrario perecerás y perderás tu última estima de ti mismo» —: éste me parece ser el imperativo moral de la naturaleza, el cual, desde luego, ni es «categórico», como exigía de él el viejo Kant (de ahí el de lo contrario), ni se dirige al individuo (¡qué le importa a ella el individuo!), sino a pueblos, razas, épocas, estamentos y, ante todo, al entero animal «hombre», el hombre.

Propongo que:

  • Pongamos entre paréntesis la polémica antimetafísica lo mismo que el lenguaje naturalista.
  • Centremos nuestra atención en los siguientes puntos:
    • La moral es un entrenamiento del individuo.
    • Los fines de ese entrenamiento no conciernen al individuo, sino al grupo social: donde Nietzsche escribe, decimonónicamente, pueblos y razas, nosotros podemos leer clase social, género; e incluso separar el concepto pueblo de su vinculación al nacionalismo decimonónico y obtener etnia.
    • Así, podremos ver que la moral es un mero recurso del grupo social para producir un tipo humano: el grupo produce al hombre o la mujer que necesita; y el hombre o la mujer, habiendo interiorizado las exigencias del grupo, hace lo que se espera de él, no porque se le obligue, sino por convicción propia. La moral consiste en la transformación de la ley externa en fuero interno.

Ahora, veamos cómo se ejemplifica esto en La sociedad cortesana, de Norbert Elias (FCE, 1982, t. Guillermno Hirata). En más de un pasaje, el autor insiste en la relación entre lo externo y lo interno en la vida de los cortesanos de Luis XIV. Lo que para nosotros son reglas asfixiantes, incomprensibles, absurdas, para ellos eran exigencias que debían cumplir si querían seguir siendo reconocidos como nobles, lo cual era esencial para sus vidas. Para ellos, la existencia carecía de sentido fuera de la forma de vida noble, por lo que el fuero externo —la opinión, en el lenguaje del Siglo de Oro español— se convertía en fuero interno. En consecuencia, debían adoptar, aprender, interiorizar un conjunto de disciplinas cotidianas que les permitieran permanecer y, de ser posible, mejorar en el medio cortesano. En el capítulo «Etiqueta y ceremonial», Elias examina tres de esas disciplinas el arte de observar a los hombres, el arte de manipular a los hombres y el control de los afectos. Al leer los apartados que dedica a estas prácticas, me llamó mucho la atención la manera en que se traslapan las fronteras entre arte (en el sentido anterior al concepto de las «bellas artes»), etiqueta y ética. La etiqueta forma parte de una ética, la ética se practica con arte (pero la diferencia entre arte, ética y etiqueta es cosa de nosotros, algo que proyectamos sobre el pretérito: la confusión está en nuestras mentes, no en las prácticas de los hombres del pasado).

Veamos aquí dos pasajes de La sociedad cortesana donde se describe disciplinas de las cuales nosotros entenderíamos que se practiquen por razones «morales», y sobre las que Elias debe advertir que no lo son —pero en nuestro sentido, aclararía yo. Porque sí eran parte de la moral, de las reglas esenciales de la forma de vida de esos hombres, los del Gran Siglo francés (tan admirado por Nietzsche, quien compartía con ellos la admiración por Baltasar Gracián).

El arte de la observación de los hombres, sin embargo, no se refiere únicamente a los demás, sino que se extiende también al observador mismo. Se desarrolla aquí una específica forma de la autoobservación. «Qu’un favori s’observe de fort près», como decía Labruyère. La aurtoobservación y la observación de los demás hombres se corresponden mutuamente. Una sería inútil sin la otra. No se trata, pues, aquí, como sucede en un autoexamen hecho por motivos religiosos, de una inspección de lo «interno», ni de un ensimismarse como un ser solitario para probar y disciplinar sus deseos más recónditos según la voluntad de Dios, sino de una observación de sí mismo para adquirir una disciplina en el trato social (p.142).

No se puede calcular el grado ⁅de las consecuencias (aclaración mía)⁆ de un desahogo afectivo. Descubre los verdaderos sentimientos de la persona en cuestión en un grado que, por no ser calculado, puede ser perjudicial; quizá da triunfos a los que compiten con uno por el favor y el prestigio. Da, finalmente y sobre todo, un signo de inferioridad; y ésta es precisamente la situación que más teme el cortesano. La competencia de la vida cortesana obliga así a un control de los afectos en favor de una conducta exactamente calculada y matizada en el trato con los hombres (p.151).

4 comentarios to “De cómo la regla externa se vuelve íntima convicción: Nietzsche, Elias”

  1. He vuelto a leer este artículo y me sigue pareciendo muy interesante. Lo he buscado, en vista que en estos días tuve una reflexión similar: Quizás exista una «voluntad de belleza» escondida en toda aspiración humana. Los antiguos embellecían la guerra y las conquistas; Los nobles, la distinción y el refinamiento; Los burgueses, las actividades de lucro. Hoy en día nos pintan con las mejores imágenes a los «emprendedores», así como antes los poetas lo hacían con algún Godofredo de Buillón. Es como que los poderosos necesitan embellecer sus actividades. ¿Hay falsedad en esto? No sabría decirlo.

    • Es una cuestión profunda la que planteas. Yo sospecho cada vez más que la acción humana, al menos la de los hombres no iluminados como yo, exige hipérboles: lo que amo, venero, etc., debo verlo mejor de lo que es (primero nuestros padres, luego la persona amada, mi profesión, etc.); y lo que rechazo, debo verlo peor de lo que es (un temor exagerado a las adicciones nos mantendrá lejos de las drogas duras, etc.). Lo malo es que esta segunda ruta lleva al racismo, la xenofobia, etc.: del rechazo al terrorismo islámico se pasa a la islamofobia, etc. Supongo que los grandes espirituales a los que citas y comentas en tu blog se caracterizan por hallarse por encima de esto.

  2. Excelente. Cada vez más me van gustando tus entradas. Saludos

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