20 abril, 2024

El joven Juan Ramón se descubre modernista


–¿Tú eres modernista, Juan Ramón? –me dijo de pronto María Francisca Coronel, la Ninfa mayor del Parnaso moguereño, buena y bella amiga mía que admiraba mis dotes poéticas de adolescente–. Julio del Mazo me ha contado que en el Ateneo de Sevilla se dice que tú eres ahora modernista. Dime tú qué es eso.
   […] Era la primera vez que oía yo la palabra modernista, y me sonó limpia, fresca y simpática en labios de la Ninfa. Y la oía aplicada nada menos que a mí.
    ¿Qué significaba aquello?
 Yo acababa de publicar, en Huelva, Sevilla y Madrid, algunos versos como éstos:

por la risa de plata de las verdes estrellas,
entre blanca aureola de nardos somnolientos,
con el suave empuje de sus olas doradas, 
en la escala celeste del alma de la luna,
y las rosas enrojecen con la fuerza de su risa.

[…] Y había escrito estos versos, sin duda, porque había leído en La Ilustración Española y Americana de casa de mi hermana Ignacia, muy amiga de revistas, el májico poema “Cosas del Cid”, de Rubén Darío; y en El Gato Negro de Barcelona […] el para mí entonces extravagante “Friso” de Rubén Darío […]. Y Rubén Darío estaba en Madrid, enviado por La Nación de Buenos Aires. Yo lo sabía porque Vida Nueva había publicado un saludo al grande nicaragüense diciendo que “sus brazos unían América con España”, o algo parecido. 
   Muy escitado con aquello de modernista que yo era, me fui a Sevilla a ver a mis amigos de El Programa […]. Don José Lamarque de Novoa, protector del primero de esos periódicos literarios, me recibió asombrado y me dijo:
   –¿Ya está usted imitando a esos tontos del futraque, como Salvador Rueda?
   Yo, un poco colorado, le dije que Los camafeos de Rueda me gustaban, pero que los versos de Rubén Darío me gustaban más. 
   –¿Y quién es Rubén Darío? ¡Otro cursi, sin duda!
   […] Otra vez yo en Moguer, […] recibí una tarjeta postal de Francisco Villaespesa, que ya me había mandado su librito Luchas, influido por Díaz Mirón y por Rueda, en la que me llamaba “hermano” y me invitaba a ir a Madrid a luchar con él por el modernismo. [….] Y la tarjeta venía firmada también ¡por Rubén Darío!

Juan Ramón Jiménez, “El modernismo poético en España y en Hispanoamérica”, en El trabajo gustoso, Aguilar, México, 1961. 

19 abril, 2024

El «narcisismo cósmico» según Bachelard


Pero ¿quién contempla mejor, el lago o el ojo?

***

El lago es un gran ojo tranquilo. El lago recoge toda la luz y hace un mundo con ella.

***

Gracias a él, ya, el mundo es contemplado, El mundo es representado. También él puede decir: el mundo es mi representación.

Gastón Bachelard, El agua y los sueños. Trad. Ida Vitale.

19 abril, 2024

«El mundo es un inmenso Narciso»


Árboles que os estáis contemplando en ellas…
Garcilaso, Égloga I

Narciso en la fuente no está entregado tan sólo a la contemplación de sí mismo. Su propia imagen es el centro de un mundo. Con Narciso, por Narciso, es todo el bosque el que se mira, todo el cielo el que viene a tomar consciencia de su grandiosa imagen. En su libro Narciso […], Joachim Gasquet nos ofrece en una fórmula de una densidad admirable toda una metafísica de la imaginación: «El mundo es un inmenso Narciso que se está pensando».

Gastón Bachelard, El agua y los sueños. Trad. Ida Vitale.

11 abril, 2024

«Norma de amor te di, hombre de Apolo»


Vuelvo a Poeta en Nueva York, lo recorro otra vez página por página, poema a poema, y a los pocos pasos la selva urbana ¿surrealista? desemboca en un claro. El epígrafe de Jorge Guillén («Sí, tu niñez: ya fábula de fuentes») nos advierte ya que hemos llegado a otro espacio. Una suave corriente de endecasílabos serena y llena de otra luz el aire, no usada en el resto del libro. Las imágenes lorquianas, sin perder su visionaria terribilidad, se adaptan a esa atmósfera. Pasada la época de la fascinación gongorina, las resonancias áureas vuelven:

Norma de amor te di, hombre de Apolo,
llanto con ruiseñor enajenado,
pero, pasto de ruinas, te afilabas
para los breves sueños indecisos.

Frente al «ruiseñor enajenado», frente a esas ruinas que pastan como incendio o como ganado mítico, «norma de amor te di, hombre de Apolo». El amor como una norma o como algo que se realiza, que se hace real y concreto por medio de una norma. Frente a la violenta concepción romántica del amor, frente al sangrante patetismo trágico de tanto amor lorquiano, el poeta ahora nos da otro amor.
La resonancia de la poesía áurea no se halla tanto en el ritmo endecasílabo o en la mención de Apolo, sino en ese amor que da normas. Es el amor platónico, neoplatónico, neopitagórico, del Renacimiento y del Barroco también, pese a las contorsiones de éste. El amor como fuente no de desorden y turbulencia, sino de armonía, de concordia. El amor, sí, que «mueve al Sol y las demás estrellas», pero no cristianamente, como en Dante, sino como el Eros del paganismo tardío, sabio y filosófico.
Pero en Lorca eso no puede durar. Sediento de sacrificio y de sangre (al amor de Lorca, mejor que el arco y las flechas, le va el técpatl), el Duende lo hace volver a la locura, a enajenar al ruiseñor, a la urbe cuyo incendio y cuyas ruinas son lo mismo. Y luego, en el cuarto de esos versos, otra vez la delicadeza, o mejor dicho una delicadeza otra, distinta: esos «breves sueños indecisos» que no nos permiten ver lo soñado por ellos. No ya los demonios desnudos de la poesía visionaria del siglo XX (surrealista o no), sino un frágil langor, un entresueño de nocturno romántico —la «luz no usada» de Francisco Salinas y de Fray Luis cede el paso a la noche de Chopin, a sus claros y suspiros.

8 abril, 2024

Testimonios sobre la Europa salvaje


En el siglo X, el famoso geógrafo árabe al-Mas’udi describía a los europeos de la siguiente manera: «Carecen de sentido del humor; sus cuerpos son grandes; su carácter, grosero; su entendimiento, escaso; y sus lenguas, toscas. Cuanto más al norte se encuentran, más estúpidos, groseros y brutos son». Algún tiempo después, en 1068, Said al-Andalusi, cadí de la Toledo musulmana, escribió un libro sobre las diferentes clases de naciones, en el que señalaba que los pueblos del norte de Europa «no han cultivado las ciencias y parecen más bestias que hombres».

José A. Marina y Javier Rambaud. Biografía de la humanidad. México: Ariel, 2019

1 abril, 2024

De «La voz en el viento» (Ernestina de Champourcin)


Tú no sabes aún que he cercado tu orilla,
que sueñas por la noche el color de mis ojos,
que tus manos, en sombra,
dirigen su tanteo hacia mi soledad.

[…]

Que tus labios se mueven al encuentro de un beso
modelado en mi boca por tu ardiente obsesión.

[…]

Despojada de todo y prendida a tu boca,
imantaré, ya inmóvil, los rumbos de tu amor.

[…]

¡Ahora búscame tú!
Le he pedido a la noche su niebla de luceros
y estoy como perdida
bajo un vibrante escudo de párpados en llama.

[…]

No te importe dejarme pequeña y olvidada;
yo seguiré tu vuelo, aunque roces a Dios.

En La voz en el viento, 1928-1931

26 marzo, 2024

La profecía del príncipe


Cuando Iztactótotl tomó a su cautivo se lo comunicó su madre, y ésta le dijo: «Ve a ver a tu abuelo Coxcoxteuctli, que es el tlatoani de Colhuacan; ve a saludarlo y a mostrarle el cautivo que tomaste en Xaltocan». […] Cuando llegó para saludar al tlatoani y mostrarle su cautivo, le manifestó asimismo que era su nieto […]: «Señor tlatoani, he venido de Cuauhtitlan a saludarte, pues he oído decir que perdiste a una hija llamada Iztolpanxóchitl. Ella es mi madre, y me dijo que tú eres su padre […]». Le respondió el tlatoani: «Enhorabuena, hijo mío; es verdad que perdí a una hija, de la cual tú naciste; siéntate, pues eres mi nieto. Yo ya estoy viejo y a punto de morir; así que tú has de ser tlatoani en Colhuacan, tú serás el tlatoani de los colhuas».
[…] Luego entró el tlatoani Coxcoxteuctli a sus aposentos, y le mandó decir a Iztactótotl que no volviera a su tierra. Le dijeron también que él sería el tlatoani en lugar de su abuelo; y cuando esto oyó, el joven se echó a reír, y dijo: «¿De quién voy a ser tlatoani? Si ya no va a haber ciudad de Colhuacan, pues se dispersará».
[…] Se lo dijeron al tlatoani Coxcoxteuctli, quien al oírlo se enojó, y dijo: «¿Qué es lo que dice este muchachuelo? Preguntadle qué será de nuestra ciudad; ¿quién se atreverá a atacarnos? ¿No reside aquí la muerte? ¿Pues cómo alguien se alzará contra nosotros? Aquí viven las enfermedades: la disentería, el catarro, la fiebre y la tisis; además, nosotros sabemos cuándo se eclipsará el sol, cuándo habrá temblores de tierra, cuándo condenaremos a muerte. ¿Cómo podrá perecer nuestra ciudad? ¿Qué dice el muchacho? Que hable claramente».
Salieron los enviados con enojo y admiración, y lo interrogaron. Él les respondió: «¿De qué se aflige el señor tlatoani? Debe saber que no será con guerras como habrá de perderse la ciudad, y nadie la desafiará […]. Cuando eso suceda, sólo habrá disensiones y alborotos entre los señores y sus macehuales; luego se dispersarán, y la ciudad quedará desierta […]». Se lo fueron a decir al tlatoani, que se quedó callado.

Anales de Cuauhtitlan. Anónimo, 2a mitad del s. XVI. Trad. Rafael Tena

25 marzo, 2024

El mar recordó de pronto


Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.

F. García Lorca. De «Fábula y rueda de los tres amigos» (Poeta en Nueva York)

25 marzo, 2024

«Latir en la sangre del ciervo»


Diana es dura
pero a veces tiene los pechos nublados.
Puede la piedra banca latir en la sangre del ciervo
y el ciervo puede soñar por los ojos de un caballo.

F. García Lorca. De «Fábula y rueda de los tres amigos» (Poeta en Nueva York)

9 marzo, 2024

Corazón que tiembla arrinconado


…El corazón que tiembla arrinconado como un caballito de mar.

Federico García Lorca, «1910», Poeta en Nueva York.