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22 marzo, 2017

La poesía pura en Edgar Allan Poe


De Filosofía de la composición

El placer que a la vez es el más intenso, el más elevado y el más puro, se encuentra, según creo, en la contemplación de lo bello. Cuando los hombres hablan de Belleza quieren significar no precisamente una cualidad, como en general se cree, sino un efecto. Para expresarlo en pocas palabras, se refieren a la elevación intensa y pura del almano a la del intelecto o a la del corazón– que ya he comentado y que se experimenta como consecuencia de la contemplación de lo “bello”. Ahora bien, designo a la Belleza como provincia del poema simplemente porque es una regla evidente del arte que los efectos deben surgir de causas directas; que el objeto debe alcanzarse recurriendo a los medios mejor adaptados para su consecución; y nadie ha sido todavía lo suficientemente débil como para negar que la elevación particular aludida se logra más fácilmente en el poemas. Ahora bien, el objeto Verdad, o la satisfacción del intelecto, y el objeto Pasión, o la exaltación del corazón, pueden ser alcanzados, hasta cierto punto, mucho más fácilmente en el dominio de la poesía que en el de la prosa. De hecho la Verdad exige cierta precisión, y la pasión cierta sencillez (los verdaderos apasionados me comprenderán), que son absolutamente antagónicas a esa Belleza que, lo sostengo, es la exaltación o la elevación gozosa del alma. De ninguna manera ha de inferirse, partiendo de lo que acabo de decir, que la pasión, o aun la verdad, puedan no ser introducidas ventajosamente en un poema, ya que suelen servir para la elucidación o bien ayudan al efecto general, tal como las discordancias en la música: por contraste. Pero el verdadero artista tratará siempre de subordinarlas, en primer lugar, al fin predominante, y, en segundo lugar, de ordenarlas, en todo lo posible, de esa Belleza que es la atmósfera y la esencia del poema. (T. de Carlos María Reylés, en E. A. Poe, La filosofía de la composición seguida de El cuervo. México: Fontamara, 2011, p.14-15. Original inglés, aquí).

De El principio poético

Tenemos aún una sed insaciable para aliviar la cual nos han mostrado las fuentes de cristal. Esta sed pertenece a la inmortalidad del hombre, a la vez una consecuencia y una señal de su existencia perenne. Es el deseo de la mariposa nocturna por alcanzar la estrella. No es una mera apreciación de la belleza ante nosotros sino un esfuerzo salvaje por alcanzar la belleza en lo alto. Inspirados por una presciencia extática de las glorias más allá de la tumba, luchamos por medio de combinaciones multiformes entre las cosas y los pensamientos del tiempo, para alcanzar una parte de esa belleza, cuyos elementos mismos tal vez pertenecen sólo a la eternidad. Y así, cuando por la poesía, o cuando por la música -el más cautivador de los modos poéticos-, nos encontramos deshechos en lágrimas, las vertemos, no como supone el abate Gravina, por exceso de placer, sino por cierta malhumorada e impaciente tristeza ante nuestra inhabilidad para captar ahora, enteramente, aquí en la Tierra y de una vez para siempre, esos goces divinos y extáticos, de los cuales, a través del poema o a través de la música logramos captar sólo unos breves e indeterminados vislumbres (traducción al español en la biblioteca digital del CCH; versión original, aquí).

23 agosto, 2012

Ezra Pound: la imagen (y otras reflexiones sobre la poesía)


National Gallery of Art: Ezra Pound

National Gallery of Art: Ezra Pound (Photo credit: jimkillock)

Los siguientes fragmentos proceden de un libro que debería reeditarse continuamente: de Ezra Pound, El arte de la poesía. México: Joaquín Mortiz, 1970 (p.7-13): la valiosísima traducción de The art of reading que debemos a José Vázquez Amaral (el traductor de Pound). Para quien desee leer los famosos «Few dont’s by an imagist» del poeta estadounidense, puede consultarlos aquí.

Nota y confesión: nunca he averiguado quién es el psicólogo Hart al que Pound atribuye su idea de «complejo», y para hacerlo quizá habría bastado consultar una buena edición anotada de los ensayos de Pound, o la bibliografía de Hugh Kenner que alguna vez nos facilitó Jaime Augusto Shelley en su curso sobre T.S. Eliot.

En la primavera o a principios del verano de 1912, «H.D.», Richard Adington y yo decidimos que estábamos de acuerdo en los tres principios que siguen:

  1. Tratar la «cosa» directamente, ya fuese subjetiva u objetiva.
  2. Prescindir de toda palabra que no contribuyera a la presentación.
  3. En cuanto al ritmo: componer (escribir) siguiendo una secuencia análoga a la de la frase musical, y no en una secuencia de metrónomo.

[…]

Reuní unas cuantas frases sobre el trabajo literario práctico en la época en que se publicaron las primeras observaciones sobre el imaginismo.  […] Repito ahora las advertencias que aparecieron en Poetry en marzo de 1913.

Algunas prohibiciones

Una «imagen» presenta un complejo intelectual y emotivo en un instante temporal. Empleo el término «complejo» más bien en el sentido técnico de los psicólogos recientes, tales como Hart, aunque podamos no estar totalmente de acuerdo en su aplicación.

Es la presentación instantánea de dicho «complejo» lo que produce esa sensación de súbita liberación; esa sensación de estar libre de los límites temporales y espaciales; esa sensación de repentino crecimiento que experimentamos ante las grandes obras del arte.

Vale más presentar una sola imagen en toda una vida que producir obras voluminosas,

[…]

Lenguaje

No emplees una sola palabra superflua, ni un solo adjetivo que no sea revelador.

[…] El objeto natural es siempre el símbolo adecuado.

Teme las abstracciones. No repitas en versos mediocres lo que ya se ha dicho en buena prosa.

[…] Lo que hoy aburre al entendido, aburrirá al público mañana.

No creas que el arte de la poesía es más sencillo que el arte musical ni que se puede complacer al entendido sin dedicarle al menos tanto esfuerzo al arte del verso como le dedica al arte musical un maestro de piano común y corriente.

Ritmo y rima

Que el aprendiz se llene la cabeza con las mejores cadencias que pueda descubrir, preferiblemente en un idioma extranjero […].

No es necesario que el valor principal del poema sea musical, pero si lo es, la música debe ser tal que deleite al conocedor.

Que el neófito conozca asonancia y aliteración, rima inmediata y retrasada, simple y polifónica, como se espera que el músico conozca la armonía, el contrapunto y todas las minucias de su oficio […].

No «teorices» —deja eso para los escritores de ensayitos filosóficos. No describas; recuerda que el pintor puede describir un paisaje mucho mejor que tú, y tiene que saber mucho más acerca de él.