Y echarlo al desierto, para Azazel.
Levítico, 16:10
Un niño mira nacer la luz en el patio de la muerte
Una estrella invisible gravita sobre mi cabeza
El aire sólo acepta a quien sabe respirar
Quien se asfixia
se despeña al fondo de su propia luz
La muerte viene como una barca
Hay un dios dormido en su interior
Yo no soy la estatua
que entre sueños murmura poemas en el parque
El día cae sobre mí como una peste
La luz se posó en el pavorreal para cantar sus vitrales
después
huyó por los llanos de la sombra
El hambre la posee como una flama
y sabe un esqueleto de vértebras sin luz
A cuatro patas recorro el desierto
llevando mis huesos en el hocico
En el principio se quebró el ámbar
y nació el rayo
Porta su luz entre las garras
como un ángel pasa entre los sueños
y los devora
Pero el bailarín del corazón ama el relámpago
canta los pulsos de la sal
rompe la jaula del incendio
El mar me ase con todas sus manos
me sostiene como a un fetiche
y me canta
Cubierto de conchas se pone de pie sobre la arena
Es un adolescente
que calcina su niñez sobre la costa
Ámbar
concédeme tu luz
así como el Sol no a los muertos se les niega
No hay día
del que no penda yo como amuleto