Posts tagged ‘Entrañas del tiempo’

10 octubre, 2015

Esteparia


Hay quien es víctima del lobo; y el lobo lo lleva y lo trae toda la noche entre las fauces, trotando en la estepa, de oscuridad en oscuridad, de luna en luna, de noche en noche, hasta clarear.

Pero hay también el que invoca al lobo, toda la noche clama, el clamor aúlla, y trota de estepa en estepa y de luna en luna toda la noche, toda la soledad, todo el silencio, hasta clarear.

3 octubre, 2015

«La transparencia»


Donde la llama no se distingue del aire
la luz nos atraviesa
como una muchacha en un jardín
el caracol sobre la hoja
o el águila en la altura

Los nombres
no pesan sobre mi lengua

3 octubre, 2015

En el Metro


Pants, backpack, la chica se ha sentado en un rincón del andén. Lee. Alza los ojos con una alegría satisfecha, un poco aislada del tiempo, aunque no tanto para dejar de verse en otras miradas y, brevemente, rápidamente, decidir si alguna migaja de su gozo es robada o no por ojos transeúntes: no,
entonces,
vuelve la mirada a sus poemas.

3 octubre, 2015

Oráculo


Los alimentos del fuego son tres
Pan y aire
luz y aljaba
pez y ángel

3 octubre, 2015

7:00 AM


Luz turbia
Muertos arrancados a las tumbas
para irse a inhumar en sus trabajos
Latas de peces descompuestos
fluyen rodeando los camellones

Silencio / Y entonces

los árboles
son islas
En sus ramas cantan para sí las sirenas
Todos los marineros tienen cera en los oídos

2 octubre, 2015

La negrura del fuego pasa por mi cuerpo


La negrura del fuego ondula por el pastizal
Es una mujer de ojo inabarcable
y de cintura que asedian los jaguares profundos
Junto a ella saltan los peces para petrificarse en el aire
como la pesadilla que ahumaba mis noches
una constelación de ojos tizones
una bestia delicada y sombría que se pasea entre ramas
La negrura del fuego pasa por mi cuerpo
como una hermosa nómada que troza los mares
Me divide para mejor reunirme
teje en torno a mi cuerpo malla de humo
pone el sable en mi mano y me calza de brasas
para hacerme vulnerable
Un vendaval de grillos emerge de mis huesos

2 octubre, 2015

Las naturistas de 1918 (sueño)


Es el México posrevolucionario, pero también la Gran Bretaña posterior al fin de la Primera Guerra Mundial. Reunión de un club de intelectuales. Uno de sus miembros, un poco borracho, se queja del esnobismo de las mujeres del club, quienes se interesan mucho por la higiene y lo natural. Las compara desfavorablemente con las del pasado inmediato, y resume sus ideas sobre el presente con un aforismo que atribuye a Oscar Wilde: «Cuando la bondad es falsa, la maldad también lo es, y puede alcanzar grados exquisitos de perversidad.»

24 septiembre, 2015

Falso corrido de la muerte de Polifemo


El fuego que arde como un párpado
eternamente torturado por su ojo,
maceración del sueño,
piltrafa de pigmeos, Polifemo,
cerro de amargales y viznagas
donde falsetean de noche los grillos y el silencio.
Polifemo desmembrado,
putrefacto al sol de la insanía,
soñante de ninfas como nubes
llevadas por el sueño de los vientos.
Polifemo descarnado por machetes
de quienes buscan partes aún comibles,
machacan la víbora en la yerba,
se sientan bajo un árbol seco y beben.
Tus costillas brillarán de noche
como un barco abandonado en altura inhabitable,
parador de tordos, refugio de lagartos,
la araña tenderá una cuerda
de una a otra punta, cazará moscardos.
Las ninfas te huyen como nubes.
Son blancas, ríen, el deseo las dista
como allá lejos el principio de la cordillera,
como el vuelo de los gavilanes que perdió
la era donde no hay conejos.
Son iguales al pastor que enciende
para asar la tuza el hueco de un pirul,
bebe su aguardiente, escupe.

24 septiembre, 2015

Oráculo de los hijos de Caín


Lo que el fuego arroja de sí como el mar los despojos, la ceniza execrada, el descastado rescoldo, la piedra fría con la marca del tizne. Lo que el cielo arroja con desdén y olvido, el pájaro que devoran las hormigas, la estrella colapsada y que cae sin un quejido, la luna ultrajada y muerta a la orilla de un sendero. Aquellos ángeles que deambulan como perros a la orilla de la ciudad, saltan al cuello del andante, lo roban, quebrantan, escupen. Las antiguas diosas que vienen a pedir tu semilla de noche, sin entrañas para retenerla, sin labios para sorberla, sin uña para dejar su gemir signado en tus brazos y cuello y espalda. Yo mismo, un dios derogado, una sierpe que era animal de más hermosa habla, un gusano que era el fénix y conserva recuerdo y regusto de plumas fulgentes, de osar contra el Sol con otra luz por las alturas. Todo lo que la tierra expulsa de sí, los cadáveres cuyo filiación recusa, las bestias que de antiguo reinaban y hoy son leño quebrado en los barrancos para rapiña del miserable.
Todos estamos aquí, los rechazados; acá es la fiesta del padre Caín, del rey Caín, del que es sacerdote según el orden de Caín. Nos contaremos las historias. Cuando Su dedo grabó en mi frente su mejor poema, un salmo de diamante, no por mano de hombre alguna —descendió como el graznar contra el polluelo, como el graznar contra mi ojo, como el grito contra el que duerme. «¿Qué has hecho de tu hermano?»
Nosotros, cainitas, los de manos blancas, los sin mancha: rastreros, atemorizados desde siempre por el primer crimen, raza que desde siempre puede responder por el hermano.
Nuestras mujeres llevan anatemas por dije de su cuello y de su oreja, donde otras plata, donde otras coral. Cuando nacen, una mano fragorosa deposita un puño de sal sobre sus vientres, y ellas se agrietan, se retuercen, sus gargantas se abuitran, paren allí mismo su primer fantasma. Su corazón, su mandrágora burlona y desleal: esperan en la encrucijada con los muslos abiertos, con gemir oferente. Somos sólo padres de bastardos y ahijados de cornudos, compartimos con la serpiente la tierra y la ponzoña.
Esperamos. Ardemos. Siempre nos estamos consumiendo. Somos hoguera encendida en la playa, páramo seco musitando llueva, cumbre pelada que llama a cabras y cabritos.
La noche no nos abandona. Ella es también presencia de Yahvé: vacía, sarcástica, burlona. A veces nos parece su desvío, a veces querríamos su desvío. Es nodriza que cría sus hijos de leche en el fuego, que los acuna en su seno de piedra, que decreta la sequía y después la abundancia que llama al pillaje.
Somos el animal abyecto que tiene por sombra la silueta del tigre. A veces le vuelve la espalda al fuego y le habla a su sombra. La intima a vivir, a devorar, a zajar. Y se deja instruir por ella. Entonces sus ojos brillan en la umbra y el follaje. No puedo saber si son sus ojos o los míos.

24 septiembre, 2015

Ariadna


La luz juega en tus mejillas y tus hombros, llegas con la altura exacta, con vinos minerales en tu boca y la miel de la tierra escanciada en tus ojos. Te nombro naranjo por el follaje que se despliega de ti y abraza el aire, por el olor que emerge de tu vello con un repicar de llaves del aire, de monedas del sol. Hoy te llamo naranjo por la luz de tus litorales, por tu orilla visitada de barcas, por los delfines que emergen a tu paso. Sí, un mar de luz para anillarte de cardúmenes que arriban con el oro de los mares negros. Tú, Ariadna móvil, barca móvil por los mares de tu ámbito, como gacela del fuego, como pez del aire, como el ángel turbio y balbuceante que arremolina las corrientes de mis venas. Ángel que me fermenta por dentro, me despedaza, me arroja esparcido en los barrancos de tu isla.
Y te diré Andrómeda, por tu cuerpo ofrecido a los caballos de un mar silencioso que te sigue a todas partes, yo lo oigo, de un mar invisible que te asedia, yo lo veo.