Archive for octubre, 2018

24 octubre, 2018

Manuel Acuña: Ante un cadáver


¡Y bien! aquí estás ya… sobre la plancha
donde el gran horizonte de la ciencia
la extensión de sus límites ensancha.

Aquí donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores
a que está sometida la existencia.

Aquí donde derrama sus fulgores
ese astro a cuya luz desaparece
la distinción de esclavos y señores.

Aquí donde la fábula enmudece
y la voz de los hechos se levanta
y la superstición se desvanece.

Aquí donde la ciencia se adelanta
a leer la solución de ese problema
cuyo solo enunciado nos espanta:

ella, que tiene la razón por lema,
y que en tus labios escuchar ansía
la augusta voz de la verdad suprema.

Aquí estás ya… tras de la lucha impía
en que romper al cabo conseguiste
la cárcel que al dolor te retenía.

La luz de tus pupilas ya no existe,
tu máquina vital descansa inerte
y a cumplir con su objeto se resiste.

¡Miseria y nada más!, dirán al verte
los que creen que el imperio de la vida
acaba donde empieza el de la muerte.

Y suponiendo tu misión cumplida,
se acercarán a ti, y en su mirada
te mandarán la eterna despedida.

Pero, ¡no!… tu misión no está acabada:
que ni es la nada el punto en que nacemos
ni el punto en que morimos es la nada.

Círculo es la existencia, y mal hacemos
cuando al querer medirla le asignamos
la cuna y el sepulcro por extremos.

La madre es sólo molde en que tomamos
nuestra forma, la forma pasajera
con que la ingrata vida atravesamos.

Pero ni es esa forma la primera
que nuestro ser reviste, ni tampoco
será su última forma cuando muera.

Tú, sin aliento ya, dentro de poco
volverás a la tierra y a su seno,
que es de la vida universal el foco.

Y allí, a la vida en apariencia ajeno,
el poder de la lluvia y del verano
fecundará de gérmenes tu cieno.

Y al ascender de la raíz al grano,
tras del vegetal a ser testigo
en el laboratorio soberano;

tal vez, para volver cambiado en trigo
al triste hogar donde la triste esposa
sin encontrar un pan sueña contigo.

En tanto que las grietas de tu fosa
verán alzarse de su fondo abierto
la larva convertida en mariposa,

que en los ensayos de su vuelo incierto
irá al lecho infeliz de tus amores
a llevarte tus ósculos de muerto.

Y en medio de esos cambios interiores
tu cráneo, lleno de una nueva vida,
en vez de pensamientos dará flores:

en cuyo cáliz brillará escondida
la lágrima, tal vez con que tu amada
acompañó el adiós de tu partida.

La tumba es el final de la jornada
porque en la tumba es donde queda muerta
la llama en nuestro espíritu encerrada.

Pero en esa mansión, a cuya puerta
se extingue nuestro aliento, hay otro aliento
que de nuevo a la vida nos despierta.

Allí acaban la fuerza y el talento,
allí acaban los goces y los males,
allí acaban la fe y el sentimiento:

allí acaban los lazos terrenales,
y mezclados el sabio y el idiota,
se hunden en la región de los iguales.

Pero allí donde el ánimo se agota
y perece la máquina, allí mismo
el ser que muere es otro ser que brota.

El poderoso y fecundante abismo
del antiguo organismo se apodera,
y forma y hace de él otro organismo.

Abandona a la historia justiciera
un nombre sin cuidarse, indiferente,
de que ese nombre se eternice o muera.

El recoge la masa únicamente
y cambiando las formas y el objeto,
se encarga de que viva eternamente.

La tumba sólo guarda un esqueleto;
mas la vida en su bóveda mortuoria
prosigue alimentándose en secreto.

Que al fin de esta existencia transitoria
a la que tanto nuestro afán se adhiere,
la materia, inmortal como la gloria,
cambia de formas; pero nunca muere.

24 octubre, 2018

El romanticismo tardío en México: dos sonetos


Al viento

Vicente Riva Palacio (1832-1896)

Cuando era niño, con pavor te oía
en las puertas gemir de mi aposento;
doloroso, tristísimo lamento
de misteriosos seres te creía.

Cuando era joven, tu rumor decía
frases que adivinó mi pensamiento,
y cruzando después el campamento,
«Patria», tu ronca voz me repetía.

Hoy te siento azotando, en las oscuras
noches, de mi prisión las fuertes rejas;
pero hánme dicho ya mis desventuras

que eres viento, no más, cuando te quejas,
eres viento si ruges o murmuras,
viento si llegas, viento si te alejas.

Nada

Antonio Plaza (1833-1882)

Nadaba entre la nada. Sin empeño
A la vida, que es nada, de improviso
Vine a soñar que soy; porque Dios quiso
Entre la nada levantar un sueño.

Dios, que es el Todo y de la nada es dueño,
Me hace un mundo soñar, porque es preciso;
Él, siendo Dios, de nada un paraíso
Formó, nadando en eternal ensueño.

¿Qué importa que en la nada confundida
vuelva a nadar, al fin, esta soñada
vil existencia que la nada olvida,

nada fatal de la que fue sacada?…
¿Qué tiene esta ilusión que llaman vida?
-Nada en su origen. – ¿ Y en su extremo? – ¡Nada!

21 octubre, 2018

Notas a la Velada II de Altamirano


1. Larra: Mariano José de Larra (1809-1837), el gran autor de los Artículos. Parecería que Altamirano ignoraba que en 1868 ya tenía 31 años de haber muerto. Fernández y González, Pérez Escrich, Fernán Caballero, Eguilaz: de todos éstos, Fernán Caballero es la de mayor trascendencia: seudónimo de Cecilia Bohl de Faber (1796–1877), narradora costumbrista, centrada en el campo andaluz, de ideas conservadoras. Manuel Bretón de los Herreros (1796–1873), dramaturgo romántico, sería el más recordado entre los demás.

2. Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (¿1568?-1648), noble novohispano descendiente de Nezahualcóyotl, autor de obras históricas sobre el pasado prehispánico.

3. Edward King, vizconde de Kingsborough (1795 – 1837), gran coleccionista y divulgador de antigüedades prehispánicas. Sobre el Códice Kingsborough, puede revisarse esta página del Instituto de Investigaciones Filológicas.

4. Uno de los visitadores que investigaron y persiguieron la supuesta sublevación de Martín Cortés. Ignacio Rodríguez Galván escribió, acerca de él, un drama: Muñoz, visitador de México.

5. Tanto la ortografía de estos nombres, como las comparaciones que hace Altamirano, se deben contextualizar en su momento histórico. Aún había que avanzar mucho en el conocimiento de la historia y la cultura mesoamericanas.

6. Araucanos: nombre por el que se conoció al pueblo mapuche que resistió con bravura a la conquista española, y que todavía se opone al despojo de su tierra en el actual Chile. Su valentía inspiró La Araucana, de Alonso de Ercilla, único poema épico del Siglo de Oro español que ha tenido verdadera trascendencia. ¿Por qué la comparación con los mayas? Resulta que la conquista del pueblo maya se consumó hasta 1697, cuando fueron destruidas sus últimas ciudades, como Tayasal (en el actual Belice), a lo que debemos añadir hechos posteriores, como la Guerra de Castas (1847-1901).

7. Fingal: personaje de los mitos y leyendas celtas, popularizado desde 1761 y en la época romántica gracias a los poemas épicos forjados por el escritor James Macpherson, que atribuyo falsamente a Ossian, bardo legendario. Walter Scott (1771-1832): narrador escocés, creador del género de la novela histórica. Punto de referencia para los narradores románticos y también para los primeros realistas (aunque sea para distanciarse de su estética, por ejemplo Stendhal). Fenimore Cooper (1789-1851): escritor estadounidense, uno de los primeros autores que contribuyeron a forjar la imagen de los Estados Unidos como tierra de la frontera, de los pioneros, etc. Su novela más conocida: El último de los mohicanos.

8. Escritores románticos sudamericanos. Esteban Echeverría (1805-1851): argentino, uno de los primeros románticos de nuestra lengua. Famoso por el poema narrativo La cautiva y por el cuento El matadero. Alphonse de Lamartine (1790-1869): poeta, narrador, historiador, demócrata (presidente de la efímera II República francesa durante algunos meses de 1848) y uno de los románticos franceses más conocidos.

9. Literalmente, una “entretenida”. Una amante de lujo, como las que abundan en las novelas francesas del XIX y sus adaptaciones del cine y la televisión.

10. Un pichi-rey es un jefe o caudillo de los pueblos indígenas de Chile y Argentina, como los ranqueles.

11. Fraile inglés (1597-1656), luego convertido al anglicanismo, que escribió sobre sus viajes por Nueva España.

12. Isidore Löwenstern (1807-1863?), viajero austriaco. Su libro sobre México ha sido publicado por el FCE. La escocesa Frances Erskine Inglis (1804-1882) casó con el diplomático Ángel Calderón de la Barca, representante de España en nuestro país de 1839 a 1842. En 1843, la señora Calderón de la Barca publicó sus impresiones con el título Life in Mexico During a Residence of Two Years in That Country. La obra también ha sido traducida y publicada en la primera serie de la colección Lecturas Mexicanas.

13. La sátira menipea, género literario de la Antigüedad grecolatina, pasó a la historia como ejemplo de relato mentiroso, incongruente, vulgar.

14. Jospeh Addison (1672-1719), inglés, clásico del ensayo y del periodismo, uno de los autores emblemáticos del Siglo de las Luces. Fígaro: personaje de famosas comedias y óperas del siglo XVIII, su nombre sirvió como seudónimo a diversos periodistas. Lo más probable es que Altamirano se refiera a Larra.

15. Sobre las Veladas Literarias, remito al artículo de la Enciclopedia de la Literatura en México.

20 octubre, 2018

Ver «LA CONSENTIDA, Mª DE LOS A. LOYA, Copa Vacía.» en YouTube


20 octubre, 2018

Ver «El Trío Pasión Queretana toca El CIELITO LINDO en el Cañón de Jalpan de Serra» en YouTube


17 octubre, 2018

Ignacio M. Altamirano: su proyecto nacionalista en las Revistas literarias


Félix Parra (1845-1919), Episodios de la Conquista: Matanza de Cholula, 1877. – Université Paris-Sorbonne, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=33169775

Ignacio Manuel Altamirano publicó, del 30 de julio al 4 de agosto 1868, una serie de ensayos titulados Revistas literarias en el folletín del periódico La Iberia. Estos ensayos constituyen toda una historia de la literatura mexicana, según el consenso de los historiadores y críticos de nuestras letras. He aquí la segunda entrega, en la que expone su proyecto de nacionalismo literario.
Podemos encontrar la totalidad de las Revistas literarias en la Biblioteca Virtual Antorcha.

Lo repetimos: el movimiento literario es visible. Hace algunos meses todavía, la prensa no publicaba sino escritos políticos y obras literarias extranjeras. Hoy se están publicando a un tiempo varias novelas, poesías, folletines de literatura, artículos de costumbres y estudios históricos, toda obra de jóvenes mexicanos, impulsados por el entusiasmo que cunde más cada día. El público, cansado de las áridas discusiones de política, recibe con placer estas publicaciones, las lee con avidez, las aplaude; y todo nos hace creer que dentro de poco podrá la protección pública venir en auxilio de la literatura y recompensar los afanes de los literatos, no siendo ya este trabajo estéril y sin esperanza.
Hace poco en España, rica sólo con el Quijote, no había nacido aún la novela moderna, y el teatro nada producía al poeta dramático. Los traductores de la novela o del teatro de la vecina Francia eran los únicos que podían vivir de su miserable trabajo. Hoy Fernández y González, Pérez Escrich, Fernán Caballero, Larra y Eguilaz tienen habitaciones muy diferentes del del zaquizamí de Cervantes, y reciben por sus obras sendos billetes de banco, no un puñado de reales de vellón como aquellos con que mezquinas empresas pagaban el gran ingenio de Bretón de los Herreros cuando joven (1).
¡Ojalá que en México pronto podamos decir lo mismo! Lo deseamos por el progreso de la literatura, porque es indudable que la recompensa es un estímulo para el trabajo. ¿Y por qué no ha de realizarse esta esperanza? ¿Acaso en nuestra patria no hay un campo vastísimo de que pueden sacar provecho el novelista, el historiador y el poeta para sus leyendas, sus estudios y sus epopeyas o sus dramas?
¡Oh!, si algo es rico en elementos para el literato, es este país, del mismo modo que lo es para el agricultor y para el industrial.
La historia antigua de México es una mina inagotable. Los sabios extranjeros la dirigen miradas llenas de interés, los viajeros ilustres visitan a porfía las grandiosas ruinas de Yucatán, del Palenque y de Puebla, con la misma curiosidad con que visitan las de Egipto, de la India y de Pompeya. Las páginas de Gómara, de Ixtlilxóchitl (2) y de Clavijero se traducen en todos los idiomas, y dan lugar a profundas indagaciones. Lord Kingsborugh (3) sacrificó un inmenso capital a la investigación sobre antigüedades mexicanas, siendo el resultado de ellas una obra bellísima e interesante, muy difícil de conseguir ahora. Podría hacerse una biblioteca con las publicaciones extranjeras que sobre nuestra patria aparecen cada día. Pero estos tesoros a nadie deben enriquecer más que a los historiadores mexicanos. El extranjero charlatán desnaturaliza los sucesos del pueblo azteca en ridículas leyendas, que se leen, sin embargo, con avidez en Europa. Los tres siglos de la dominación española son un manantial de leyendas poéticas y magníficas. Ahí está Cortés con sus atrevidos aventureros; ahí está Muñoz (4) con sus horcas y asesinatos; ahí está esa larga serie de virreyes, ilustres los unos y benéficos, tiránicos los otros, pero notables los más por los monumentos que dejaron.
Ahí están esos misioneros que predican y convierten a la religión de la Cruz a pueblos numerosos e idólatras; ahí están los encomenderos con sus expoliaciones y sus tremendas aventuras; ahí están esos obispos opulentos como reyes, esos conventos ricos como palacios; ahí está esa Inquisición terrible, que viene también de Europa pretendiendo “quemar las ideas” en América; ahí están esas iglesias dispersas en las campiñas y en las gargantas de las cordilleras, como castillos feudales, con almenas y aspilleras, con foso y poterna, con horca y campanario. Ahí están esos pueblecitos hermosísimos, que se cuelgan como canastillos de flores en los flancos de las montañas y en las crestas de la sierra, donde se refugiaron los tepexquis y los tlatoanis de la vencida monarquía, obstinados en no mezclarse con la raza conquistadora y en no hacer oración en los nuevos adoratorios que se levantaban sobre los escombros de sus teocallis. Allí, en esos pueblecitos, permaneció por mucho tiempo viva y venerada la religión azteca; y no seremos temerarios si aseguramos que permaneció aún oculta, secreta, pero ardiente y disimulada con las fiestas del catolicismo, tras de las cuales se esconden las solemnidades místicas de Huitzilopoxtli, de Cinanteutli y de Mitlanteutli, el Marte, la Ceres y la Proserpina de nuestros mayores (5).
¿Quién al ver los risueños lagos del Valle de México, sus volcanes poblados de fantasmas, cuyas leyendas recogen los habitantes de la falda, sus pueblos fértiles, sus encantados jardines y sus bosques seculares, por donde parecen pasearse aún las sombras de los antiguos sultanes del Anáhuac y las de sus bellas odaliscas princesas, no se ve tentado de crear la leyenda mexicana?
¿Quién no desea recoger en interesantes páginas las guerras de los indios de Yucatán, que son los Araucanos de México, (6) las tradiciones del pueblo tarasco, tan inteligente y tan poético, las terribles escenas de las fronteras del norte, en cuyos desiertos cruzan ligeras las tribus salvajes y viven sobresaltados los colonos de raza española, con el arma al brazo y librando combates espantosos cada día?
¿Pues acaso Fenimore Cooper tuvo más ricos elementos para crear la novela americana y rivalizar con Walter Scott en originalidad y en fuerza de imaginación? ¿Pues acaso el novelista escocés necesitó más que estudiar las antiguas tradiciones de la tierra de Fingal (7) para revestirlas con los mágicos colores de la fantasía y llamar la atención del mundo sobre su nebuloso país, antes tan desconocido?
Nuestras guerras de independencia son fecundas en grandes hechos y fecundos dramas. Nuestras guerras civiles son ricas de episodios, y notables por sus resultados. Las guerras civiles que han sacado a luz a tantos varones insignes y a tantos monstruos, que han producido tantas acciones ilustres y tantos crímenes, no han sido todavía recogidas por la historia ni por la leyenda.
¡Nuestra era republicana se presenta a los ojos del observador interesantísima con sus dictadores y sus víctimas, sus prisiones sombrías, sus cadalsos, su corrupción, su pueblo agitado y turbulento, sus grandezas y sus miserias, sus desengaños y sus esperanzas!
¿Y el último Imperio? ¿Pues se quiere además de las guerras de nuestra independencia un asunto mejor para la epopeya? ¡El vástago de una familia de Césares, apoyado por los primeros ejércitos del mundo, esclavizando a este pueblo! ¡Este pueblo mísero y despreciado, levantándose poderoso y enérgico, sin auxilio, sin dirección y sin elementos, despedazando el trono para levantar con sus restos un cadalso, al que hace subir al príncipe, víctima de su ceguedad! ¡Aquella cabeza sagrada en Europa, rodando al pie de la democracia americana, implacable con los reyes! ¡Una princesa hermosa y altiva, loca en su castillo solitario, de donde su esposo partió en medio de aclamaciones, y a donde no volverá jamás!…
Y luego aquel sitio de Querétaro tan grandioso y tan sangriento, aquellos sitiados tan valientes, aquellos sitiadores tan esforzados, aquel monarca tan bravo y tan digno como guerrero, así como fue tan ciego como político; aquella tragedia del cerro de las Campanas; todo eso que irá tomando a nuestra vista formas colosales a medida que se aleje: ¿qué asunto mejor para el historiador, para el novelista y para el poeta épico? ¿Pues necesitan nuestros jóvenes literatos otra cosa que voluntad y consagración, puesto que talento no les falta, ni se atreven a negárselo a los mexicanos su más encarnizados enemigos?
En cuanto a la novela nacional, a la novela mexicana, con su color americano propio, nacerá bella, interesante, maravillosa. Mientras que nos limitemos a imitar la novela francesa, cuya forma es inadaptable a nuestras costumbres y a nuestro modo de ser, no haremos sino pálidas y mezquinas imitaciones, así como no hemos producido más que cantos débiles imitando a los trovadores españoles y a los poetas ingleses y a los franceses. La poesía y la novela mexicanas deben ser vírgenes, vigorosas, originales, como los son nuestro suelo, nuestras montañas, nuestra vegetación.
Juan Carlos Gómez, José Mármol, Rivera Indarte, Esteban Echeverría, a quien llaman en Francia el Lamartine del Plata, Arboleda, Pombo, (8) por eso impresionan tanto. Cantan su América del Sur, su hermosa virgen morena, de ojos de gacela y de cabellera salvaje. No hacen de ella una dama española de mantilla, ni una entretenue francesa envuelta en encajes de Flandes (9).
¡Esos poetas cantan sus Andes, su Plata, su Magdalena, su Apurímac, sus pampas, sus gauchos, sus pichireyes; (10) transportan a uno bajo la sombra de su ombú, o al pie de las ruinas de sus templos del sol, o al borde de sus pavorosos abismos, o al fondo de sus bosques inmensos; y le muestran sus gigantescos árboles, sus prodigiosas flores, o le hacen asistir a sus heroicas guerras, escuchar el rugido de sus fieras terribles, adormecerse a los cantos de sus mujeres lánguidas y ardientes, y delirar con sus amores frenéticos, y amar su libertad, y meditar a orillas de sus mares, y suspirar debajo de su cielo!
Nosotros todavía tenemos mucho apego a esa literatura hermafrodita que se ha formado de la mezcla monstruosa de las escuelas española y francesa en que hemos aprendido, y que sólo será bastante a expulsar y extinguir la poderosa e invencible sátira de Ramírez, que él sí es tan original y tan consumado como habrá pocos en el Nuevo Continente.
No negamos la gran utilidad de estudiar todas las escuelas literarias del mundo civilizado; seríamos incapaces de este desatino, nosotros que adoramos los recuerdos clásicos de Grecia y de Roma, nosotros que meditamos sobre los libros del Dante y de Shakespeare, que admiramos la escuela alemana y que desearíamos ser dignos de hablar la lengua de Cervantes y de fray Luis de León. No: al contrario, creemos que estos estudios son indispensables; pero deseamos que se cree una literatura absolutamente nuestra, como todos los pueblos tienen, los cuales también estudian los monumentos de los otros, pero no fundan su orgullo en imitarlos servilmente.
Por otra parte, la literatura tendrá hoy una misión patriótica del más alto interés, y justamente es la época de hacerse útil cumpliendo con ella.
Nuestra última guerra ha hecho atraer sobre nosotros las miradas del mundo civilizado. Se desea conocer a este pueblo singular, que tantas y tan codiciadas riquezas encierra, que no ha podido ser domado por las fuerzas europeas, que viviendo en medio de constantes agitaciones no ha perdido ni su vigor ni su fe. Se quiere conocer su historia, sus costumbres públicas, su vida íntima, sus virtudes y sus vicios; y por eso se devora todo cuanto extranjeros ignorantes y apasionados cuentan en Europa, disfrazando sus mentiras con el ropaje seductor de la leyenda y de las impresiones de viaje. Corremos el peligro de que se nos crea tales como se nos pinta, si nosotros no tomamos el pincel y decimos al mundo: “Así somos en México”.
Hasta ahora aquellos pueblos no han visto más que las páginas muy atrasadas de Tomás Gage (11) o los estudios del barón de Humboldt, muy buenos ciertamente, pero que no pudieron ser hechos sino sobre un pueblo esclavizado todavía. Además, el ilustre sabio daba mayor importancia a sus indagaciones científicas que a sus retratos morales.
Después de él, casi todos los viajeros nos han calumniado, desde Lovenstern y la señora Calderón, (12) hasta los escritores y escritoras de la corte de Maximiliano, que especulan con la curiosidad pública, vendiéndola sus sátiras menipeas contra nosotros (13).
Es la ocasión, pues, de hacer de la bella literatura un arma de defensa. Hay campo, hay riquezas, hay tiempo, es preciso que haya voluntad. Talentos hay en nuestra patria que pueden rivalizar con los que brillan en el Viejo Mundo.
Cultivar pueden todos los géneros. Pulsarán con éxito desde la lira de Homero hasta el laúd de los trovadores; manejarán victoriosamente desde el buril de diamante de Tácito y de Jenofonte, hasta la pluma ligera y traviesa de Addison y de “Fígaro” (14). Todo es accesible al genio mexicano.
La reunión que asiste a las Veladas Literarias (15) es el apostolado del porvenir. Allí se escucha el acento sublime de la oda, la voz vibrante del canto guerrero, las suspicaces notas de la trova amorosa, la voz risueña de la burla. Allí la sátira habla su lenguaje pulsador y tremendo, la crítica analiza los monumentos literarios de las naciones extrañas, la novela y la leyenda arrebatan la imaginación. La gloria espía sonriendo a la juventud, señalándola el cielo. La literatura mexicana no puede morir ya. De ese santuario saldrán de nuevo otros profetas de civilización y de progreso, que acabarán la obra de sus predecesores. Entonces los patriarcas de la primera generación, inclinaos por el peso de una vejez ilustre, irán a dormir as sus tumbas tranquilos, porque dejan en su patria discípulos dignos que los recordarán con lágrimas y que les tributarán el culto más grato para ellos… la imitación de sus trabajos y de sus virtudes.

11 octubre, 2018

Wikipedia, Jimmy Wales y el autodidactismo


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10 octubre, 2018

De nuestros románticos: un cuento de Payno y un artículo de Ramírez


Textos para Mexicana de los Siglos XVIII-XIX:

El Diablo y la monja de Payno (cuento completo)

I Ramirez – la desespañolizacion

El cuento de Manuel Payno me fue amablemente facilitado por el profesor Alejandro Vera, compañero de la Facultad de Filosofía y Letras. El artículo de Ignacio Ramírez procede de la edición de sus obras (México, Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento, 1889) digitalizado en la Biblioteca Virtual de las Letras Mexicanas.

10 octubre, 2018

Guillermo Prieto: «Trifulca»


476px-Dispute_de_deux_Indienees_by_Claudio_Linati_1828

Claudio Linatti (1790-1832), Disputa de dos mujeres indígenas. De Costumes civils, militaires et réligieux du Mexique (Bélgica, 1828).

Formando circo la gente
como quien ve topar gallos,
entre mujeres que gritan
y empujones de muchachos,
entre ladridos de canes,
furiosos y el polvo alzando,
arremetió la Bartola
contra el zurdo Cayetano.
Y aquellas fueron mordidas,
y aquellos fueron arañois,
y aquellas las indirectas
de avergonzar a los diablos.
Los mechones de cabellos
por los aires van volando,
riegan el hollado suelo
los jirones de lso trapos;
y la Bartola insultiva
ya triunfa de Cayetano,
cuando éste al fin se calienta,
como que no era de palo,
y le pega a la Bartola
tal retreta de sopapos,
que parece que en sus lomos
repican el zapateado.
—Déjala, grita la gente.
—Quietos, porque son casados.
—¡Poco hombre! —¡Zurdo maldito!
—¡Fierabrás! —¡Meco! —¡Ajembrado!
Mas, separando a la gente,
fiero, decidido, bravo,
entre los dos combatientes
se planta resuelto Pablo,
el tendero más querido
por la redondez del barrio.
—¡A la mujer no se hiere!
¡alto, digo, Cayetano!,
y de una fuerte puñada
lo puso a sus pies postrado;
pero al punto la Bartola,
como lión y como rayo.
Desdoblando una navaja
que llevaba en el refajo,
brotando fuego sus ojos,
así le dice a don Pablo:
—¿De qué se mete el tendero
descasador… tragavasos?
¿no sabe que es mi marido
legal, de dentro al curato,
y que gobierna lo suyo
y en lo suyo tiene mando?
Tome el jopo y deje a mi hombre
que haga de su capa un sayo.
Entre silbidos y risas
fuese escurriendo don Pablo,
y frescos como claveles,
rumbo al portal del Topacio,
se fueron de bracelete
la Bartola y Cayetano.

6 octubre, 2018

Ver «El gustito desde Amatlán con el Trío Huasteco Santa Cecilia» en YouTube