La particularidad de la tentación es que lo divino ha dejado de ser sensible bajo su forma mística (ya sólo es inteligible). Lo divino sensible en aquel instante es de orden sensual, demoniaco si se quiere, y este demoniaco-divino, este divino-demoniaco propone lo msimo que el Dios hallado en la experiencia mística mayor propone, y lo propone más profundamente, puesto que el religioso preferiría la muerte real a caer en la tentación.
[…]
Debido a su pavor ―y al consiguiente rechazo― el objeto que atrae al religioso ya no tiene el mismo sentido que la reina que lleva al insecto a la muerte a plena luz: el objeto negado es a la vez odioso y deseable. Su atractivo sexual tiene la plenitud de su esplendor, su belleza es tan grande que mantiene al religioso en su arrobamiento. Pero este arrobamiento es en el mismo instante un temblor: lo rodea un halo de muerte, que hace odiosa su belleza.
«Mística y sensualidad» (sobre Mystique et continence, obra colectiva de 1952, Etudes Carmélitaines), Bataille, Georges: El erotismo, Tusquets, 2008, T. A. Vicens y Marie Paule Sarazin, p.242.