Archive for ‘Observaciones’

5 May, 2024

Sobre el gran Olaf Stapledon, nacido el 10 de mayo de 1886


Este 10 de mayo se cumplen 138 años del nacimiento del gran escritor inglés Olaf Stapledon (1886-1950), quien mucho hubiera tenido que decir acerca del horror de este siglo XXI. Precisamente, las inverosímiles, monstruosas voces de quienes justifican y hasta vitorean el genocidio que Israel está perpetrando en Gaza me hizo sentir la necesidad de volver a su gran libro Hacedor de estrellas (Star Maker) de 1937, cuya traducción por Gregorio Lemos publicó Minotauro en 1965 (prologado por Borges como sólo él sabía prologar).
Del autor he leído sólo dos novelas aparte de la ya nombrada: Juan Raro y Sirio, las cuales por desdicha no conservo. La primera consiste en la Bildungsroman de un superhombre, narrada por él mismo, la cual concluye con el relato de su encuentro con los otros miembros de la primera generación de esa post-humanidad. La idea de la evolución que subyace a este libro tiene un sabor teleológico, el cual la aparta de Darwin y quizá lo acerca a Hegel, a Bergson o a incluso a Teilhard de Chardin.
De Stapledon no he leído Primeros y últimos hombres, una historia total de la humanidad, historia que llega más allá del Homo sapiens, al incluir a futuras especies derivadas de la nuestra. Tengo entendido que el tomista C. S. Lewis se sintió repelido por el (digamos) a-cristianismo de esta novela, y que esta reacción lo impulsó a escribir una de sus sagas —aquélla, me parece, que empieza en Out of the silent planet, donde los primeros hombres en Marte descubren que los habitantes de ese planeta no cometieron el pecado original y por lo tanto viven en felicidad paradisiaca, regidos por el ángel a quien Dios los encargó. El «planeta silencioso» es la propia Tierra, la cual, desde la rebelión de su ángel regente y la transgresión de Adán y Eva, ha cesado su comunicación con los planetas habitados por los otros hijos de Dios.
Desde mi punto de vista, la lectura de Stapledon le sería muy provechosa a la humanidad de hoy, cuya preferencia por Tolkien y Lewis quizá indica la nostalgia de una minoría de edad pre-ilustrada, en el sentido de Kant.

11 abril, 2024

«Norma de amor te di, hombre de Apolo»


Vuelvo a Poeta en Nueva York, lo recorro otra vez página por página, poema a poema, y a los pocos pasos la selva urbana ¿surrealista? desemboca en un claro. El epígrafe de Jorge Guillén («Sí, tu niñez: ya fábula de fuentes») nos advierte ya que hemos llegado a otro espacio. Una suave corriente de endecasílabos serena y llena de otra luz el aire, no usada en el resto del libro. Las imágenes lorquianas, sin perder su visionaria terribilidad, se adaptan a esa atmósfera. Pasada la época de la fascinación gongorina, las resonancias áureas vuelven:

Norma de amor te di, hombre de Apolo,
llanto con ruiseñor enajenado,
pero, pasto de ruinas, te afilabas
para los breves sueños indecisos.

Frente al «ruiseñor enajenado», frente a esas ruinas que pastan como incendio o como ganado mítico, «norma de amor te di, hombre de Apolo». El amor como una norma o como algo que se realiza, que se hace real y concreto por medio de una norma. Frente a la violenta concepción romántica del amor, frente al sangrante patetismo trágico de tanto amor lorquiano, el poeta ahora nos da otro amor.
La resonancia de la poesía áurea no se halla tanto en el ritmo endecasílabo o en la mención de Apolo, sino en ese amor que da normas. Es el amor platónico, neoplatónico, neopitagórico, del Renacimiento y del Barroco también, pese a las contorsiones de éste. El amor como fuente no de desorden y turbulencia, sino de armonía, de concordia. El amor, sí, que «mueve al Sol y las demás estrellas», pero no cristianamente, como en Dante, sino como el Eros del paganismo tardío, sabio y filosófico.
Pero en Lorca eso no puede durar. Sediento de sacrificio y de sangre (al amor de Lorca, mejor que el arco y las flechas, le va el técpatl), el Duende lo hace volver a la locura, a enajenar al ruiseñor, a la urbe cuyo incendio y cuyas ruinas son lo mismo. Y luego, en el cuarto de esos versos, otra vez la delicadeza, o mejor dicho una delicadeza otra, distinta: esos «breves sueños indecisos» que no nos permiten ver lo soñado por ellos. No ya los demonios desnudos de la poesía visionaria del siglo XX (surrealista o no), sino un frágil langor, un entresueño de nocturno romántico —la «luz no usada» de Francisco Salinas y de Fray Luis cede el paso a la noche de Chopin, a sus claros y suspiros.

10 May, 2018

Sobre la ambigüedad del concepto «inocencia»


¿A qué le llamamos inocencia?
a) Llamamos «inocente» a quien no es culpable de algo, o de nada, o incluso quien no podría nunca ser culpable.
b) La inocencia también es ignorancia, no por falta de conocimiento sino de experiencia.
c) Inocencia como pureza en un sentido profundo, esencial. Por eso Borges halla en Wilde, «pese a los hábitos del mal y de la desdicha, una invulnerable inocencia».
d) La inocencia también es, a veces, la espontaneidad del niño e incluso la del adolescente. El niño no oculta, o no sabe ocultar bien, lo que siente o desea.
Tenemos cuatro versiones de la «inocencia». Las relaciones entre ellas carecen de lógica, son contingentes. Por ejemplo, en la mayor parte de los sistemas legales y morales, la inocencia (d) no implica la inocencia (a). En ellos, los niños y los adolescentes pueden ser hechos responsables de sus actos. O la inocencia (b): para algunas personas, se relaciona con o es equivalente a la (a), y les inspira ternura o simpatía; otras, en cambio, la miran desdeñosamente, a veces incluso en los niños, y menosprecian a los que son inocentes en dicho sentido.

25 octubre, 2017

Contra la decencia


«O humildad o soberbia, o castidad o lujuria, pero nunca la puta decencia», dijo alguien mejor que yo.

¿En qué se distingue la gente decente de las personas buenas? En que los decentes poseen pruebas objetivas de su propia bondad.

La gente decente: personas que se adhieren, con toda sinceridad, al consenso social acerca de lo que es bueno, y que, cuando hacen algo incorrecto, lo hacen sólo porque lo correcto sería excesivo: sería santidad o por lo menos heroismo.

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31 enero, 2016

Mi hermenéutica


Crítica filosófica de las palabras, crítica filológica de las ideas, y crítica histórica de las ideas y de las palabras.
Nietzsche, Unamuno, Wittgenstein, Marx.

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31 enero, 2016

Los usos de Cioran; los usos de Cuesta


Para comprender a un personaje del pasado, no basta comprender lo que él dijo; también hay que saber para qué ha servido, y a quién le ha servido, en el presente.
Cioran ¿a quiénes les fue útil a finales del siglo XX? ¿Y Jorge Cuesta, en México?

31 enero, 2016

Comprender el presente – comprender el pasado


Mientras dure el presente, el pasado no ha concluido.
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31 enero, 2016

Corrección no fraterna


Casi siempre, cuando le señalamos a alguien un error o defecto suyo, no lo hacemos para ayudarle a corregirlo, sino para hacerlo sentir como un imbécil.

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23 julio, 2015

Sueños y notas de 1993-1994


He decidido perseguirme a mí mismo y no darme tregua.

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(Sueño:) Una caverna, donde varios personajes se han reunido en torno a la piedra de la locura de Alejandra Pizarnik. Mi yo externo al sueño piensa primero (como si planeara el desarrollo de este sueño) que la piedra emita luz; luego decide que no, que mejor haya absoluta oscuridad. Pero en ese momento se está acercando a la cueva alguien que trae una luz.

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Los perros de la consciencia vuelven a arrojarse contra las liebres de los hechos. ¿Podrás soportarlo cuando veas volver hacia ti a uno de los perros, con la sangrante presa en el hocico? Porque entonces la presa habrás sido tú.

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La poesía de Alejandra Pizarnik es una profanación desvalida; algo que pediría juntar en su emblema a la rosa con el cuchillo de la misa negra.
Pizarnik, que dentro de sus poemas suele aparecer como víctima, en el ademán de su escritura actúa como oficiante.

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Mirar con atención en uno mismo para que despierten las latencias. Mirar a yo para saber qué es lo que él quiere. («Pulsaremos los espejos hasta que nuestros rostros canten como ídolos»: Alejandra Pizarnik).

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La mirada como un círculo absorto en su propio centro.

9 abril, 2015

Dos confesiones


Existe, quizá, lo que podríamos llamar «personalidad de aquelarre».
Y es posible que yo, a pesar de mi índole pacífica, tenga eso: personalidad de aquelarre.

Para recobrar mi salud, periódicamente debo ¿sufrir? una cierta enfermedad transitoria.
No me refiero, claro, a la «salud» de los médicos, los psicólogos, etc. En cambio, es posible que mi enfermedad sí sea tal desde la perspectiva del médico, el psicólogo, etc.

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