Archive for agosto, 2014

30 agosto, 2014

«…Y nada más que el llanto» (Pablo Neruda)


…El mar se ha puesto a golpear por años una pata de pájaro,
y la sal golpea y la espuma devora,
las raíces de un árbol sujetan una mano de niña,
las raíces de un árbol más grande que una mano de niña,
más grande que una mano del cielo,
y todo el año trabajan, cada día de luna
sube sangre de niña hacia las hojas manchadas por la luna,
y hay un planeta de terribles dientes
envenenando el agua en que caen los niños,
cuando es de noche, y no hay sino la muerte,
solamente la muerte, y nada más que el llanto.

Pablo Neruda, «Enfermedades en mi casa» (fragmento), Residencia en la tierra

19 agosto, 2014

Miguel Servet y Juan Calvino


Español: Huesca - Parque de Miguel Servet - Bu...

Español: Huesca – Parque de Miguel Servet – Busto de Miguel Servet, realizado por Blanca Marchán de Caso en 1976 (Photo credit: Wikipedia)

Después de la quema de Miguel Servet, Calvino preguntó ansiosamente si su víctima se había mantenido en su fe; y al decirle que sí, él replicó: «Hizo bien, yo habría hecho lo mismo».

Américo Castro, La realidad histórica de España.

11 agosto, 2014

Algunos errores frecuentes en los trabajos finales y cuestionarios


  • Coma entre sujeto y predicado, así como entre el verbo y los complementos exigidos por éste.
  • Títulos de libro con comillas, sin cursivas.
  • La expresión el llamado precediendo a un nombre propio, apodo, etc. (por ejemplo, en «el llamado grupo de los Contemporáneos») es una redundancia inútil, salvo que deseemos criticar y rechazar el uso de ese nombre.
  • Empleo excesivo, en ocasiones inapropiado, de iniciar.
  • Demasiadas semblanzas generales de escritores..
  • Estilo rebuscado, que muchas veces raya en el sinsentido (ej., «repliegue sectorial»).  Probables causas:
    • Falta de sentido crítico respecto al autor elegido.
    • Nos intimida la consciencia de que realizamos una actividad académica, lo cual afecta la sencillez de nuestro lenguaje.
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1 agosto, 2014

Leopoldo Lugones: A Histeria


fin_siecle

(Originalmente, los poemas de Las montañas del oro están justificados, como si fueran párrafos de prosa, con los versos separados mediante guiones largos).

¡Oh, cómo te miraban las tinieblas,
cuando ciñendo el nudo de tu brazo
a mi garganta, mientras yo espoleaba
el formidable ijar de aquel caballo,
cruzábamos la selva temblorosa
llevando nuestro horror bajo los astros!
Era una selva larga, toda triste,
la selva dolorosa cuyos gajos
echaban sangre al golpe de las hachas,
como los miembros de un molusco extraño.
Era una selva larga, toda triste,
y en sus sombras reinaba nuestro espanto.
El espumante potro galopaba
mojando de sudores su cansancio,
y ya hacía mil años que corría
por aquel bosque lúgubre. ¡Mil años!
Y aquel bosque era largo, largo y triste,
y en sus sombras reinaba nuestro espanto.
Y era tu abrazo como nudo de horca,
y eran glaciales témpanos tus labios,
y eran agrios alambres mis tendones,
y eran zarpas retráctiles mis manos,
y era el enorme potro un viento negro
furioso en su carrera de mil años.

Caímos a un abismo tan profundo
que allí no había Dios: montes lejanos
levantaban sus cúspides, casqueadas
de nieve, bajo el brillo de los astros,
como enormes cabezas de Kalifas;
describía Saturno un lento arco
sobre el tremendo asombro de la noche;
los solemnes reposos del Océano
desnivelaba la siniestra luna,
y las ondas, hirviendo en los peñascos,
hablaban como lenguas, con el grito
de las vidas humanas que tragaron.
Entonces, desatando de mi cuello
el formidable nudo de tu abrazo,
buscaste ansiosa con tus ojos mártires,
mis torvos ojos, que anegó el espanto.
¡Oh, no mires mis ojos, hay un vértigo
dormido en sus tinieblas; hay relámpagos
de fiebre en sus honduras misteriosas,
y la noche de mi alma más abajo:
una noche cruzada de cometas
que son gigantes pensamientos blancos!
¡Oh, no mires mis ojos, que mis ojos
están sangrientos como dos cadalsos;
negros como dos héroes que velan
enlutados al pie de un catafalco!
Y aparecieron dos ojeras tristes
como flores del Mal bajo tus párpados,
y yo besaba las siniestras flores
y se apretaban tus heladas manos
sobre mi corazón, brasa lasciva,
y alzábanse tus ojos en espasmo,
y yo apartaba mis terribles ojos,
y en tus ojos de luz había llanto,
y mis ojos cerrábanse, implacables,
y tus ojos abríanse, sonámbulos,
y quería mis ojos tu locura,
y huía de tus ojos mi pecado:
y al fin mis fieros ojos, como un crimen,
sobre tus ojos tímidos brillaron,
y al sumergir en mis malditos ojos
el rayo triste de tus ojos pálidos,
en mis brazos quedaste, amortajada
bajo una eterna frialdad de mármol.

Leopoldo Lugones, «A Histeria», Las montañas del oro, 1897.