Me sentía insegura y me situaba a la defensiva en la peculiar sociedad donde Burns y Allen ganaban nueve mil dólares semanales en su espectáculo de la radio; donde la gente andaba siempre con una coca cola de cinco centavos en la mano; donde Randolph Hearst, el editor más influyente del país, había decretado que ningún empleado se atreviera a nombrar la muerte en su presencia; donde mi colega más valioso y más caro era un adolescente de 19 años llamado Mickey Rooney (quien poseía un rancho, un caballo de carreras, una orquesta de jazz, dos perros, tres automóviles, dos apartamentos, una casa, un equipo de fútbol, dos pianos y 30 cerdos); donde el libro más vendido se titulaba Cómo leer un libro (de Mortimer Adler). ¡Cómo queréis que no me confundiera en tierra tan extraña!
Hedy Lamarr (nacida como Hedwig Eva Maria Kiesler en Viena, 1914). Éxtasis y yo, México: Grijalbo, 1968. T. Óscar L. Molina (Ecstasy and me, 1966).
Lo que más me atrajo en este fragmento: la irónica y fina captación de lo americano, tal y como era percibido por los europeos y latinoamericanos antes de 1945.
También, lo lejos que estamos de esa época, lo mucho que en todo el mundo nos hemos americanizado desde entonces. Millonarias estrellas adolescentes, coca cola por todos lados, necesidad de que nos enseñen “cómo leer un libro”…
Asimismo, el que, todavía en 1966, un traductor mexicano usara el vosotros en la lengua escrita (¿o sería quizá un español transterrado?).
Y por último, el brillante uso de la enumeración por esta ―sí, también― escritora, a la que admiro cada vez más.