Español: Retrato de Juan Ramón Jiménez, poeta español, realizado por Joaquín Sorolla. (Photo credit: Wikipedia)
El arte de Juan Ramón Jiménez está cifrado en esta poesía:
¡Palabra mía eterna!
¡Oh, qué vivir supremo
—ya en la nada la lengua de mi boca—,
oh, qué vivir divino
de flor sin tallo y sin raíz,
nutrida, por la luz, con mi memoria,
sola y fresca en el aire de la vida!
[…] Sin nada pasajero o accidental, nada que se vaya con el cuerpo a la tumba. Donde la palabra eterna quiere decir , no un elogio que el poeta se aplique a sí propio, sino una actividad permanente, hecho nítido, todo de hoy, todo vital, sin curiosidades arqueológicas, sin pasado, íntegramente valioso en todos los momentos presentes; y, en suma, el misterio lógico de la perfección como lo define Santo Tomás: acto puro, sin blanduras de potencia o de posibilidades dormidas: acto puro, realización absoluta.
Pero meditemos sobre todo —oh maestros y oficiales de la palabra— en la «flor sin tallo y sin raíz», que es también la flor absoluta: la belleza que persigue Platón, arrancada ya a todo los órdenes de necesidad —tallo y raíz— que la sustentan y nutren por abajo; fin último de la creación de las cosas, y única justificación de Dios ante los Titanes que lo interrogan.
[…] Mientras vivimos —repetía Rodó— nuestra personalidad está sobre el yunque. Tal es la doctrina de la vida como una perenne educación —ideal de Goethe—. Mientras vive el poeta —nos dice Juan Ramón Jiménez— el libro, la obra, tienen que reflejar una mudanza constante, progresando en grados de excelencia. Tal es la filosofía de la vida como una creación perenne.
No basta: la vida toda del creador debe exhalar un poema solo, en que cada instante rinda su tributo necesario al conjunto. Todas las poesías de un poeta —continúa pensando Juan Ramón—son fases de una sola poesía. Y de aquí la doble necesidad, por una parte, de revisar continuamente cada verso, cada página y cada libro, de suerte que cada nueva edición desespere a los eruditos con sus mil problemas de variantes y retoques […]; y, por otra parte, de reorganizar incesantemente el conjunto de obras —la Obra— buscando el contorno definitivo de la constelación del alma y el sitio terrible de cada estrella.
[…] No concibo tarea más heroica, tarea más alta, más digna de emplear las fuerzas de un hombre, aun cuando de paso le imponga un sacrificio constante y un diario ejercicio de renunciación.
[…] La fuerza de rechazar —dice Juan Ramón— mide la capacidad moral de un hombre, en el orden de la conducta; mide la verdad de su estilo, en el orden del arte; mide, finalmente, en el orden de su vitalidad, el peso de su creación. Por eso parece que se queda algo aislado todo el que escoge; algo recluido. Sólo se le ve en ciertos sitios —los sitios ciertos—. Sólo habla con ciertos amigos —los amigos ciertos—. Sólo publica ciertos libros —los libros ciertos—. Vive de lo fundamental: «Piedra y Cielo». Busca sólo lo fundamental: «Eternidades».
Alfonso Reyes, «Juan Ramón y la antología», 1922. En Tertulia de Madrid. Colección Austral 901. Espasa-Calpe Argentina, 1950. 1a. ed. 1949, Bs. As., p.52-56.