Archive for octubre, 2011

31 octubre, 2011

Lo numinoso, lo fantástico, el desencantamiento del mundo


Todos los intentos por esclarecer el concepto de lo fantástico en literatura comienzan por oponerlo al de lo maravilloso. La cuestión puede enfocarse desde dos perspectivas, a las que llamaré «intelectualista» e «histórico-emotiva», respectivamente. Todos, o la mayor parte de los estudios sobre el tema combinan ambos enfoques, pero siempre predomina uno de los dos. Por ejemplo, en Caillois, Todorov y Botton predomina el intelectualista, pero ninguno de estos autores deja de tomar en cuenta el otro lado de la cuestión.

Para la perspectiva intelectualista, todo se centra en las leyes que rigen el mundo. Lo maravilloso consiste en un ámbito regido por leyes distintas a las de nuestro mundo. Lo fantástico se da cuando acontece un hecho inusitado (lo extraño) y resulta incierto decidir si lo rigen las leyes naturales que conocemos, o bien las de otro mundo distinto al nuestro.

En cambio, para el enfoque histórico-emotivo no se trata de una cuestión de leyes, sino de las reacciones de la sociedad y del individuo ante una de las transformaciones esenciales de la Modernidad: la que el sociólogo Max Weber llamó el desencantamiento del mundo. El profesor Daniel Montesinos de la Rosa, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de nuestra UNAM, explica el concepto de la siguiente manera:

Weber conserva como concepto fundamental de la religión de los primitivos la idea de carisma, que se acerca bastante al concepto de lo sacro (o del mana) de Durkheim. El carisma es la calidad de lo que está, como dice Max Weber, fuera de lo cotidiano (außeralltäglich). Se adhiere a los seres, los animales, las plantas, las cosas. El mundo de lo primitivo implica la distinción entre lo banal y lo excepcional, para expresar­me en los términos de Weber, entre lo profano y lo sacro, para re­petir los conceptos de Durkheim.
Por consiguiente, el punto de partida de la historia religiosa de la humanidad es un mundo poblado por lo sacro. El punto de llegada, en nuestra época, es lo que Max Weber denomina el desencanto del mundo (Entzauberung der Welt). Lo sacro o lo excepcional, que en el comienzo de la aventura humana se adhe­ría a las cosas y a los seres que nos rodean, ha sido expulsado de ellos. El mundo en que vive el capitalista, en que vivimos todos, soviéticos y occidentales, está formado de materia o de seres a dis­posición de los hombres, destinados a ser utilizados, transforma­dos, consumidos, y que ya no exhiben los encantos del carisma (tomado de su sitio Apuntes).

Ahora bien, este cambio en la marcha de la civilización no se da sin consecuencias anímicas. En ellas reside la ambigüedad en la que se origina la literatura fantástica. En un primer momento, el de la Ilustración dieciochesca, el hombre moderno se siente seguro gracias a la nueva concepción racional de la vida. Se siente seguro de lo que es, de lo que puede hacer, y de su puesto en el mundo.

Sin embargo, como todos saben, como lo subrayan -unos más, otros menos- todos los estudiosos de la literatura fantástica, esta confianza se pierde en el periodo de las grandes revoluciones, que es también el del Romanticismo. El hombre moderno ya no puede negar el reinado de la Razón en el mundo, pero ha perdido la seguridad emocional que acompañaba a la certeza racional: el mundo está regido por las leyes que descubre la Razón, sí… pero ¿y si esto no fuera verdad? ¿Y si en verdad hubiera fantasmas, vampiros, fairies? ¡Qué horror! Y de esto surge la literatura fantástica en su vertiente negra, siniestra. En palabras de Rafael Llopis:

La creencia en el retorno de los muertos, abolida fundamentalmente junto con muchas otras creencias por el racionalismo del siglo XVIII, vuelve -negación de la negación- en el Romanticismo. Pero ya no vuelve como la pura creencia que era antes, sino como estética. Esta desincronización entre el creer y el sentir queda perfectamente expresada en la célebre frase de madame du Deffand, quien, habiéndosele preguntado en pleno siglo XVIII si creía en los fantasmas, contestó que no, pero que le daban miedo. En el Romanticismo, ya no se cree en los muertos, pero éstos aún dan miedo.

En efecto, sabemos que la razón es mucho más plástica, ligera, cambiante y ágil que el sentimiento y que éste está mucho más sujeto a la inercia de la memoria. Razón y memoria son términos dialécticamente antitéticos, pues la memoria es el residuo físico de lo que algún día fue razón y la razón no es sino el más elevado rendimiento de una estructura espacial que, en definitiva, sólo es memoria. En la memoria han quedado fijados esquemas emocionales y de comportamiento que, por haber demostrado su utilidad para el individuo o para la especie, se han automatizado, abandonando, pues, el terreno de la razón. Y por eso, cuando la razón descubre nuevos horizontes y aniquila viejos mitos, los sentimientos ligados a éstos -más aún, determinantes de éstos- perviven. Ni aun negados por la razón se resignan a morir. Tienen entonces que abandonar sus pretensiones de verdad y expresarse -todo sentimiento se expresa siempre de una u otra forma- en un plano estético donde reconocen de antemano su falta de objetividad. Y así, el sentimiento, negado como creencia por la razón, niega a su vez a la razón. Pero al negarla no se produce un paso atrás hacia la creencia, sino que, muy al contrario, se consolida el paso adelante recién dado por la razón. Expresadas en forma de arte, las ex-creencias pierden su fuerza sugestiva y su ímpetu embriagador. Ya como arte -es decir, como eco emocional de una creencia que ya no lo es- se van agotando, se van apagando hasta desaparecer o sufrir una nueva mutación (de su introducción a H. P. Lovecraft, Los mitos de Cthulhu, Madrid: Alianza Editorial, 1969).

Pero también es posible otra reacción emocional: la nostalgia por ese arcaico mundo poblado por espíritus –animado. Sí, el viento no es más que materia que se mueve -como en el soneto de Vicente Riva Palacio: » eres viento, no más, cuando te quejas»-, pero ¡ojalá viviéramos aún en ese mundo donde el viento estaba poblado de espíritus, incluso de malos espíritus, que al menos eran conciencia y no materia inerte!

Aquí nos será útil otro concepto empleado por los estudiosos de la religión, en este caso fenomenólogos y teólogos: lo numinoso. Fue enunciado por Rudolf Otto, y la profesora Lilia Melani lo retoma en su sitio The Gothic Experience para interpretar la literatura gótica. Para explicarlo, se apoya en una cita del narrador (y teólogo y filósofo) C. S. Lewis. He aquí el fragmento, traducido:

Supongamos que se le ha dicho que hay un tigre en la habitación de al lado: usted sabe que está en peligro y es probable que sienta miedo. Pero si se le dice: “Hay un fantasma en la habitación de al lado”, y usted lo cree, sentirá algo a lo que también se le llama miedo, sólo que de una clase diferente. No estará basado en el conocimiento del peligro, porque el temor a un fantasma no se basa tanto en lo que nos pueda hacer, como en la propia existencia del fantasma. Es siniestro (uncanny) más bien que peligroso, y el tipo especial de miedo que despierta puede ser llamado “terror”. Una vez en lo siniestro, estamos tocando los límites de lo numinoso. Ahora bien, supongamos que se le dijera simplemente: «Hay un poderoso espíritu en la habitación» y usted lo cree. Sus sentimientos serán menos parecidos al simple temor del peligro, pero aun así sentirá una profunda inquietud. Usted sentirá asombro, y un cierto sobrecogimiento al que se describe como “veneración”; y el objeto que provoca esto es lo numinoso.

Es decir, lo numinoso tiene su propia emoción, su propia forma de ser vivido. Y cuando esa emoción es sentida o presentida y al mismo tiempo la negamos porque ya no creemos en númenes, porque no podemos dejar de negarla a menos que deseemos engañarnos a nosotros mismos, es cuando surge el sentimiento de lo fantástico.

En resumen, lo fantástico y lo maravilloso no se definen bien en términos de «leyes». De hecho, creo que, en cuanto planteamos así la cuestión, lo fantástico y lo maravilloso se desvanecen. Queda solamente lo inusitado, lo que no es ni terrorífico ni fascinador, sino sólo intrigante, extraño. Ludwig Wittgenstein lo expresa perferctamente, en su Conferencia sobre ética, cuando señala que en el mundo de la ciencia nada es un milagro, incluso cuando se trate de un hecho sin explicación:

Piensen en el caso de que a uno de ustedes le crezca una cabeza de león y empiece a rugir. Ciertamente esto sería una de las cosas más extraordinarias que soy capaz de imaginar. Tan pronto como nos hubiéramos repuesto de la sorpresa, lo que yo sugeriría sería buscar un médico e investigar científicamente el caso y, si no fuera porque ello le produciría sufrimiento, le haría practicar una vivisección. ¿Dónde estaría entonces el milagro? Está claro que en el momento en que miráramos las cosas así, lo milagroso habría desaparecido. Esto muestra que es absurdo decir que la ciencia ha probado que no hay milagros. La verdad es que el modo científico de ver un hecho no es el de verlo como un milagro. (T. Fina Birulés. Barcelona: Paidós, 1989. 41-42).

En el mundo de lo maravilloso, la cabeza de león sería un premio o un castigo de los dioses, como en las Metamorfosis de Ovidio. En el de lo fantástico, un acontecimiento perturbador, que ojalá no fuera verdad -como transformarse en vampiro-, o que ojalá sí lo fuese -como encontrar a la Silvia del cuento epónimo  de Cortázar. En el mundo de la Razón, en el que está regido por leyes, el hombre con cabeza de león no es maravilloso ni fantástico, sólo extraño, como en su momento lo fue el ornitorrinco.

28 octubre, 2011

Sobre el realismo: fragmentos de Solos de Clarín


A bust of Benito Pérez Galdós by Erminio Blott...

Image via Wikipedia

Puede consultarse la edición completa en Solos de Clarín, de la Biblioteca Virtual Cervantes. También: Alianza Editorial, 1971 (El Libro de Bolsillo 350).

Realismo, libertad, pensamiento crítico (de «El libre examen y nuestra literatura presente»)

  • El glorioso renacimiento de la novela española data de fecha posterior a la revolución de 1868.
  • Y es que para reflejar, como debe, la vida moderna, las ideas actuales, las aspiraciones del espíritu del presente, necesita este género más libertad en política, costumbres y ciencia de la que existía en los tiempos anteriores a 1868.
  • Es la novela el vehículo que las letras escogen en nuestro tiempo para llevar al pensamiento general, a la cultura común el germen fecundo de la vida contemporánea, y fue lógicamente este género el que más y mejor prosperó después que respiramos el aire de la libertad del pensamiento.
  • Este renacer, mejor nacer, acaso, de la novela está muy a los comienzos de su gloriosa carrera: aún son pocos los autores que representan la nueva novela española, y no son por cierto espíritus aventurados, amigos de la utopía, revolucionarios ni despreciadores de toda parsimonia en el progresar y en el reformar. El más atrevido, el más avanzado, por usar una palabra muy expresiva, de estos novelistas, y también el mejor, con mucho, de todos ellos, es Benito Pérez Galdós, que con Echegaray, en el drama, es la representación más legítima y digna de nuestra revolución literaria. Pues Galdós no es, ni con mucho, un revolucionario, ni social ni literario: ama la medida en todo, y quiere ir a la libertad, como a todas partes, por sus pasos contados. Hombre sin preocupaciones políticas, ni religiosas, ni literarias, no se ha afiliado ni a sectas, ni a partidos, ni a escuelas; no es un Eugenio Sué, ni un Flaubert, ni menos un Zola; parécese más a los novelistas de la gran novela inglesa, a quien ama y en parte sigue; pero tiene más caracterizada personalidad en ideas y sentimientos y más pasión por las conquistas del espíritu liberal.

(…)

  • Piénsese que no hay país, de los civilizados, donde el fanatismo tenga tan hondas raíces, y piénsese que la novela de Galdós no ha influido sólo en estudiantes librepensadores y en socios de Ateneos y clubs, sino que ha penetrado en el santuario del hogar, allí donde solían ser alimento del espíritu libros devotos y libros profanos de hipócrita o estúpida moralidad casera, sin grandeza ni hermosura.

El realismo, entre la imitación superficial y la exhibición de lo íntimo (de «Cavilaciones»)

  • Ya sé que en buena estética no se puede exigir que la estatua tenga músculos y huesos debajo de la superficie: basta con la apariencia.
  • Pero no se me negará que esa apariencia nunca sería tan perfecta, como existiendo realmente dentro de la estatua todo un organismo humano. Pues esta es la cuestión del realismo. En sus estatuas (los personajes de sus obras), hay músculos, huesos, todo lo que contribuye a que la apariencia sea más perfecta.
  • Este es el realismo bueno. El malo es el que abre las carnes para que la anatomía se vea.

El personaje debe encarnar un tipo (de la crítica al El buey suelto…, de José María de Pereda)

El realismo, el legítimo, no desconoce la necesidad de tal doctrina, retrata fielmente lo individual, sin afeites ni postizos; pero retrata aquello que es característico, representativo, típico, mejor que todo eso. El idealismo artístico, legítimo también cuando es obra del verdadero genio, tampoco pretende que fuera de la manifestación individual sea posible el arte; pero en vez de atenerse a la realidad histórica, para copiarla en lo esencial de ella, atiende a lo virtual, y atribuye a los individuos que le sirven de expresión, cualidades posibles (verosímiles) dentro de su género; sin que la crítica reflexiva pueda confundir el resultado de tal procedimiento con la abstracta creación de prosaico pensador que aspira al arte sin tener imaginación para cuajar en lo individual, vivo y semoviente, la concepción indeterminada, que antes de la determinación expresiva y concreta ya podrá ser bella, pero no artística. Todo es legítimo en el arte, el realismo y el idealismo; pero a condición de que el primero no olvide, en lo singular que directamente copia, buscar lo propio para la expresión de lo genérico; y de que el segundo, el idealismo, lo ejemplar y perfecto que concibe, lo aplique verosímilmente a una creación individual, viva, y por todos lados determinada y acabada.

Filosofía, religión y novela (de la crítica a Gloria, de Benito Pérez Galdós)

No hay que olvidar que no toda la filosofía es científica, ni siquiera metódica, ni escolástica siquiera; hay también la filosofía de todos los días y de todas las horas: es el pensamiento moviéndose, aunque no quiera, viendo y juzgando, aun a su pesar, que son los de la razón unos ojos que no tienen párpados, y no hay lo de cerrar los ojos si se trata del alma. España, desde el siglo XVI, no ha dejado de filosofar; lo que hizo fue filosofar de la peor manera posible: tuvo un sistema, a saber: que no se debía pensar. Para este modo de filosofía, que podía llamarse filosofía necesaria, sirven admirablemente las obras literarias, y la novela tendenciosa o filosófica, o como se quiera, es ahora en nuestro país de gran oportunidad.

La primera filosofía, aun en este aspecto vulgar, es la filosofía de lo absoluto (aunque fuese para negarlo), y así lo han comprendido nuestros buenos novelistas, que por esta razón y otras no menos atendibles y que miran al tiempo actual y a las condiciones de nuestra raza, han tratado el problema religioso bajo uno u otro aspecto en sus principales producciones. En esta que llamamos filosofía necesaria, la religión es considerada muy pronto, y principalmente en sus relaciones con subordinadas esferas. De ello están convencidos los restauradores del género literario a que venimos refiriéndonos, y nada menos que a esa altura han colocado su obra. (…) La novela modernísima española ha empezado, pues, por donde debía empezar; no ha podido ser más oportuna cuando los franceses confiesan que la suya degenera, se empequeñece, notamos con placer purísimo que la nuestra se acrisola, se ennoblece y se levanta… Pero no nos ciegue el orgullo; ellos ya han pasado por aquí, Juan Valjean podría ser abuelo de Gloria.

28 octubre, 2011

El Quijote interactivo


http://quijote.bne.es/libro.html

Contribución de Cecilia Trejo.

24 octubre, 2011

Novela, realismo, Cervantes: un manojo de sugerencias


The third-class wagon (1864), by realist paint...

  • Bajtín, Mijail. Problemas de la poética de Dostoievski, México, FCE, 1986.
  • –Problemas literarios y estéticos, México, FCE, 1986.
  • –Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus, 1989.
  • Blasco, Francisco Javier, Cervantes, raro inventor. Centro de Estudios Cervantinos, Alcalá de Henares, 2005; 206 pp. (Biblioteca de Estudios Cervantinos, 17). (También hay edición de la Universidad de Guanajuato).
  • Bobes Naves, María del Carmen: La novela, Madrid: Síntesis, 1998.
  • Gilman, Stephen. La novela según Cervantes. Fondo de Cultura Económica, 1993.
  • Levin, Harry. El realismo francés: Stendhal, Balzac, Flaubert, Zola, Proust. Barcelona: Laia, 1974.
  • Lukacs, Georg. Teoría de la novela. Barcelona, EDHASA, 1971.

Todas estas obras se encuentran en bibliotecas de la UNAM (no necesariamente en esas ediciones) o han sido publicadas por editoriales bien distribuidas en la Ciudad de México.

21 octubre, 2011

Algunas fuentes útiles sobre la literatura fantástica


This is an interpretation of a monster in the ...

Botton Burlá, Flora: Los juegos fantásticos, Facultad de Filosofía y Letras, 3a edición, México: UNAM, 2010.

  • Síntesis y crítica inteligentes de las teorías más conocidas. Analiza algunos clásicos hispanoamericanos del siglo XX. Principal influencia, Todorov.

Cortázar, Julio. «Del sentimiento de lo fantástico». En La vuelta al día en 80 mundos. México: Siglo XXI, 1967.

Llopis, Rafael. Prólogo a H. P. Lovecraft y otros: Los mitos de Cthulhu. Madrid: Alianza Editorial, 1969.

—Prólogo a H. P. Lovecraft y otros. Viajes al otro mundo. Ciclo de aventuras oníricas de Randolph Carter. Alianza Editorial: Madrid, 1971.

  • Psiquiatra (y supongo que psicólogo) español. Analiza con agudeza y profundidad los  ambiguos sentimientos del hombre moderno hacia lo maravilloso, los cuales son —desde mi punto de vista— el verdadero núcleo de lo fantástico en literatura, más que la incertidumbre cognitiva, que es lo enfatizado por Todorov.

Lovecraft, Howard Phillips. El horror sobrenatural en la literatura, y otros escritos teóricos y autobiográficos, edición de Juan Antonio Molina Foix. Madrid: Valdemar, 2010.

Melani, Lilia. The Gothic Experience. http://academic.brooklyn.cuny.edu/english/melani/index.htm.

  • Especialmente revelador, su empleo del concepto de lo numinoso, enunciado por el teólogo y filósofo Rudolf Otto.

Todorov, Tzvetan: Introducción a la literatura fantástica, 2a edición, México: Premiá, 1981, T. Silvia Delpy.

  • Aunque el autor sea búlgaro, un libro «demasiado francés» (creo que ése fue el comentario de Borges cuando le explicaron el estructuralismo), y como tal, su claridad y su didactismo son ejemplares. Punto de referencia ineludible.