El Quijote, por vez primera, plantea y desarrolla el problema del hacerse de la personalidad en un simultáneo dentro y fuera de sí mismo. En el Guzmán (I, ii. i) se decía: «Qué fácil es todo al que piensa, qué dificultoso al que obra». Lo tan bien dispuesto «de noche a oscuras con el almohada» resulta ser a la mañana «engaño de la imaginación, todo cisco y carbón como tesoro de duende». El problema en el Quijote no es el de si es o no fácil lograr lo que se desea, sino si la persona puede llegar a ser quien quiere, debe y merece ser «en estos nuestros detestables siglos». Se trata de ser yo, no de poseer tesoros.
[…] El único Señor […] que era leal con sus súbditos […] era el Señor de los cielos. Cervantes se sabía bien esa lección, pero no encontraba la Ciudad de Dios adecuadamente reflejada en la realidad espiritual de cada día. No teniendo vocación de místico, se construyó imaginativamente una disposición en que se expresara el proceso penoso y conflictivo de quien aspira a ser persona, e identifica la conciencia de personalidad con la pretensión de realizar el bien en un mundo malignamente dispuesto. […] Cervantes elevó su obra hasta una altura en la cual se olvida el tocino y la hidalguía, y adquiere universal dimensión el problema de existir y de hacerse la persona, simultáneamente, en la región donde Teresa la Santa se buceaba en su propia alma, […] y en el ámbito sin límites del mundo en torno a cada ser humano. Un enfoque de la vida en esa doble dirección nunca antes había sido intentado -existir de veras y a la vez dentro y fuera de uno mismo.
Américo Castro: «El Quijote como novela de nueva forma», en Cervantes y los casticismo españoles, Alianza Editorial, 1974, p.106.
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