Don Quijote, sujeto que se construye a sí mismo


The first ascent of the Matterhorn by Gustave Doré

El Quijote, por vez primera, plantea y desarrolla el problema del hacerse de la personalidad en un simultáneo dentro y fuera de sí mismo. En el Guzmán (I, ii. i) se decía: «Qué fácil es todo al que piensa, qué dificultoso al que obra». Lo tan bien dispuesto «de noche a oscuras con el almohada» resulta ser a la mañana «engaño de la imaginación, todo cisco y carbón como tesoro de duende». El problema en el Quijote no es el de si es o no fácil lograr lo que se desea, sino si la persona puede llegar a ser quien quiere, debe y merece ser «en estos nuestros detestables siglos». Se trata de ser yo, no de poseer tesoros.

[…] El único Señor […] que era leal con sus súbditos […] era el Señor de los cielos. Cervantes se sabía bien esa lección, pero no encontraba la Ciudad de Dios adecuadamente reflejada en la realidad espiritual de cada día. No teniendo vocación de místico, se construyó imaginativamente una disposición en que se expresara el proceso penoso y conflictivo de quien aspira a ser persona, e identifica la conciencia de personalidad con la pretensión de realizar el bien en un mundo malignamente dispuesto. […] Cervantes elevó su obra hasta una altura en la cual se olvida el tocino y la hidalguía, y adquiere universal dimensión el problema de existir y de hacerse la persona, simultáneamente, en la región donde Teresa la Santa se buceaba en su propia alma, […] y en el ámbito sin límites del mundo en torno a cada ser humano. Un enfoque de la vida en esa doble dirección nunca antes había sido intentado -existir de veras y a la vez dentro y fuera de uno mismo.

Disaster strikes just after the first ascent o...

Américo Castro: «El Quijote como novela de nueva forma», en Cervantes y los casticismo españoles, Alianza Editorial, 1974, p.106.

2 comentarios to “Don Quijote, sujeto que se construye a sí mismo”

  1. Maestro, ¿Qué es «ser persona»? ¿Qué es lo que buscaba el Quijote construirse cuando habla de ello? ¿El ser Yo y no tesoros, un Yo sin adornos?

    • Saludos. Una respuesta completa nos llevaría incluso al terreno de la filosofía, pero podemos limitarnos a algunas observaciones históricas y sociales. En las sociedades de la Edad Media y del Antiguo Régimen (siglos XVI al XVIII), el lugar que una persona ocupaba en su comunidad determinaba por completo lo que ésta podía hacer, querer, pensar y, en última instancia, ser. Un miembro de la alta nobleza, por ejemplo, no podía querer ser, digamos, médico o banquero: solamente le eran adecuadas las actividades relacionadas con la política y con la guerra, porque las funciones propias de su estamento eran las relativas a la dirección de toda la sociedad. Si se dedicaba a la Iglesia, podía realizar actividades propias del clero. Si acaso, podía dedicarse a ciertas actividades artísticas, siempre que ello no interfiriese con las tareas a las que lo vinculaba su linaje. Por ello no faltaron entre los nobles grandes poetas: Garcilaso, Jorge Manrique, etc. Esto, en España, se complica por la cuestión del linaje, de la casta: las leyes de pureza de sangre excluían a los cristianos nuevos de ciertas dignidades y funciones; un cristiano viejo que se dedicara con entusiasmo a las actividades comerciales o a la especulación intelectual, se volvía sospechoso de ser cristiano nuevo y, por ello, podía perder su honra.
      Alonso Quijano el Bueno, al decidir por sí mismo convertirse en caballero andante, excedió en más de una manera aquello que le permitía su condición de hidalgo modesto. Tenía que ser el rey quien lo nombrase caballlero; los caballeros auténticos eran ricos y, muchas veces, monopolizaban los cargos políticos de sus ciudades. Asimismo, Don Quijote recibe la orden de caballería en una ceremonia falsa, de burla, algo que lo incapacitaba en el futuro para ser un verdadero caballero. De igual modo, se trataba de un hombre de unos 50 años: salir a buscar aventuras era impropio de su edad. Además, la «caballería andante» era una imaginación literaria basada en las realidades sociales de siglos anteriores, es decir, un completo anacronismo. Y sin embargo, él toma esa decisión (y muchas otras) simplemente porque le parece que es lo necesario para «realizarse como persona» (como diríamos hoy) y porque le parece una decisión generosa y noble: no en el sentido estamental de esa época, sino en el sentido moderno, moral, del término. Por eso, Don Quijote es, entre otras cosas, el símbolo de la aspiración del hombre y la mujer modernos por construirse ellos mismos como personas, sin dejarse sojuzgar por convenciones e instituciones.

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