Creo que este pasaje de II,32 puede sernos muy útil en los estudios literarios (y, en general, en el estudio de la cultura) si lo alejamos de los tipos de acercamiento que son los más comunes (también, creo, los más patéticos y en consecuencia los más seductores): a) los psicologistas-biologistas, más cercanos a una lectura literal de Nietzsche y próximos a cierto freudismo fácil que permanece en muchos de nosotros; y b) los acercamientos orientados a un juicio condenatorio de la Modernidad en su conjunto, de toda la civilización occidental, o del cristianismo entero en todas sus manifestaciones: es decir, los más o menos heideggerianos y, también, las maneras «a la francesa» de entender a Nietzsche (de Bataille a Derrida).
Mejor llevémoslo al terreno de la sociedad y la cultura, el nuestro, dejando los «instintos» y «pulsiones» para los expertos (una ojeada a cualquier revista científica puede hacernos ver la ridiculez de la psicología seudonietzscheana de los literatos), y la demolición de Occidente para los filósofos, o para el black block. Algunos ejemplos:
- En un texto ¿qué nos dice el estilo (en el viejo sentido de la estilística, sin el idealismo) además de lo que dice el significado del texto?
- La elección del género ¿qué le permite, u obliga, al autor a decir y a callar? Y no digamos la invención de un género: ¿qué nos dan a entender Cervantes y Montaigne sólo por el hecho de haber inventado la novela moderna (pleonasmo) y el ensayo?
- ¿Qué nos indica la elección del público, la relación que se establece con éste: el adulado «vulgo» de la Comedia Nueva; el lector de periódicos del siglo XIX; los sectores medios más o menos ilustrados que leen a Ortega y Gasset y que a veces son insultados por el elitismo de Ortega y de los orteguitas que lo han sucedido…
- Los valores de una clase social, de una «casta» (en el sentido de A. Castro), etc., en general de un grupo social, introyectados en los años formativos por un autor y luego expresados, desarrollados, repudiados o criticados (o todo a la vez) por el propio autor… Todo ello determina un «querer decir» en el cristiano nuevo Fernando de Rojas, en el pequeño burgués Salvador Novo, en el patricio venido a menos Jorge Luis Borges…
¿Les suenan conocidos estos ejemplos? Claro, la bibliografía al respecto es amplia, ya se trate de estudios de gran calado, o de juicios impresionistas pero certeros de los críticos literarios.
En realidad, como suele suceder con la hermenéutica, estas ideas de Nietzsche no nos dan indicaciones precisas sobre procedimientos concretos (eso es lo propio de cada disciplina específica), sino que nos iluminan sobre el carácter general de lo que hacemos; nos hacen ver lo que hacemos desde una perspectiva más alta, distanciada, y nos permiten ubicar nuestros procedimientos en un contexto más amplio. Así, vemos que la detección de matices y subtonos llevada a cabo por el viejo estilista; o los rayos X arrojados por Américo Castro sobre el «vivir desviviéndose» de la Edad Conflictiva; o las lecturas sociológicas de las obras modernas, forman todas parte de una cierta familia de miradas críticas: las que van más allá de lo que dice deliberadamente un autor.
(Y explicado esto, aclaro de paso que no niego el inconsciente ni el valor del Nietzsche psicólogo; y que de buen grado acepto que nuestra civilización está en un callejón sin más salida aparente que la repetición de alguna de las grandes caídas de las viejas civilizaciones, sólo que de una magnitud acorde con los logros y errores de la Modernidad.)